martes, 26 de mayo de 2015

Hemos venido a jugar

Mi amiga Leila suele rememorar la frase de su amigo Tocayo: Aquí hemos venido a jugar.

Este ademán, esta declaración de igniciones, bien parecido al carpe diem pero más natural, me inspira: 'Súplicas de verano'.

DECLARO

Revivir en mis horas el instinto del inicio

Ser primero y puro para las señas del mundo

Caer del parto en cada riesgo de mis pasiones

Volar la lluvia de aguas primeras que nos riega

Me juro: Revivir, Ser, Caer, Volar.

¡Aquí hemos venido a jugar!

Toca inaugurar el mundo en sus bordes

Nada somos salvo este ahora en fuga

La prudencia que te sentencia ahógala

Desbordada en tu sangre loca de vida

¡Aquí hemos venido a jugar!

Gira el centro mismo de tu suerte

Juega con tu sino a la libertad

Sigue hasta inventar buena muerte

Siente sin cesar ni finalidad

¡Aquí hemos venido a jugar!

Llora como si se extinguiese el amor del mundo

Ríe como si de tus risas naciera la lluvia

Llora y ríe a la vez: se llama éxtasis

Exagera, delira, extiende tus posibilidades

¡Aquí hemos venido a jugar!

Aquí hemos venido a jugar y vamos a jugar.

Soga de serpìentes

Hoy vengo a blasfemar, mi canto perverso se infiltra

Una reverencia picaresca

Aquí y ahora, NUNCA

Vamos a sonrojar al cielo con el alma irredenta cargada

De furia, timidez, vergüenzas y pérdida

¡Qué vivan los suicidas!

Sus segundos son dorados alegatos de vida

Cuando sobreviven siendo, su vacío conquistado

Desterrados como testigos de su persistencia

Cada instante, una prórroga maldita

Que renueva el canto envenenado,

De una voz que protagoniza su silencio

La nada se deja pisar, cede en su abandono

A la prórroga hambrienta

De un final

De un final cotidiano

De un final en espera, pausado, congelado

De un final que no termina porque es la costumbre de la vida suicida

Sin miedo ya, ni audacia posible

¡Qué vivan, pues, los suicidas!

Rosa amarilla

Siempre hablando o escuchando hablar del ser ante la realidad. El conflicto de la estética, la barrera infranqueable de la percepción. No podemos terminar de saber ni tampoco empezar a confiar en los que creemos saber. No hay pruebas, no hay finales, todo es atreverse a saber, lanzarse a conocer, porque sí, porque si no, qué otra empresa digna podríamos asumir.

No obstante lo anterior, hay fenómenos que derriban este esquema, esta concepción de la mente impotente arrullada por la filosofía hasta la muerte, entretenida por lo accidental. Esos estados del ser, de la mente o del individuo que nos aniquilan, por momentos simplemente no estamos, nada insigne galopa en el pensamiento o, quizás, un sentimiento sublime nos invade hasta tal punto, con tal intensidad, que nos arrasa por entero. Como un volcán que deja el bosque en cenizas durante siglos, aunque esos siglos sean segundos, aunque esa escena sea un sueño o la mirada de la mujer que estás amando (en presente, los pasados no salvan ni nos arroban).

Estoy tan desligado de mi mismo, tan perdido vaya, que hay ocasiones en las que me caigo con tal violencia al centro de mi conciencia que, aunque fugazmente, alcanzo a vislumbrar una verdad vibrante de mis imperantes vaticinios. Algunos, amenazantes y pervesos, se asoman para ensordecer mi percepción con la promesa de un precio pendiente, otros, aparecen llenos de insinuaciones alentadoras de una vida más presente, intensa, bella y buena.

Quiero decir, referenciando el tema y su mensaje, que la realidad no es un sistema, ni un ente, ni un ser (interlocutor), ni un objeto, es un discurso. Un fenómeno discursivo cuya percepción es una quimera a no ser que el sujeto responda, se mueva adaptativamente.

El Maestro de la Época ha de ser un bailarín universal para que su personalidad sea invisible al mundo. Los que brillan con la luz de las épocas son aquellos que danzan, de manera que, se vuelve indistinguible su movimiento del de la totalidad.

Creo que es una falacia preconcebir el estatismo de lo absoluto, al menos, tal y como nosotros definimos la inmovilidad.

Todas las imágenes de los seres conectados que parecen abandonar su propia conciencia y liberarse en el desacato de la atención mundanal. Esa dicotomía entre el mundo y la verdad. El espíritu y la materia. Puede, y lo enuncio como advertencia no como sentencia, ser una ilusión cuya carencia nace de no atender la realidad en discurso. Consecuencia, digo, de ver en la relación de mi ser con el mundo una posición, una relación, en lugar de una equivalencia reconociéndose.

No es lo mismo dos seres abrazados, que el AMOR arrasando.
Abortaran las montañas
por los siglos de los vientos
a un polvo abierto
que inspiro en la tragedia.
Porque sobre el fuego de mi memoria
regresas siempre a mi amor
destello de una alarmada conciencia
que a nado y nada decide tu alabanza.
Me arrancaron de tu mano las distancias,
el hilo opresor del silencio que hoy me ahorca.
No debí dejar de anunciar
que en toda mi vida te presiento
que el sol tremendo me desliza
las trazas de tu sonrisa de ojos entrecerrados.
Que no terminaste solo,
que todos los días de mi vida
te he soñado.
Viejo de luz
niño de todos
YO, brindo por ti
en la noche
por la aurora
Mecen tus fibras aladas
la gracia de mi esperanza
tu paz lograda.
Qué la paz sea contigo Sadi Heroabadi.

Kavafis

"Amadas voces ideales"

Largo crucero por un lecho de letras, que ondulan el alma con las razones de la verdad. Dual clamor de un corazón cruzado en los océanos ulteriores, enhebrando unidos el hilo tembloroso e insondable de la esperanza. Los ecos pausados de la enhiesta paz, vibran, a su ritmo firme y fiel entreverados con las tragedias sordas. Brutalidad y calma, pugnan, hermanas en nuestros destinos. Final y comienzo, lo mismo dan, sólo nos queda la continuidad.

"...algunas veces la imaginación las escucha"

Soledad soldando el mundo de sordos brutales, pacientes, que expenden sus vidas al son genocida de la banalidad modulada. No queda gran urbe en la Tierra por la que se pueda caminar recto y nosotros, hijos impródigos de la Vida, aún somos llamados. Una y otra vez, desde la abundancia, recibimos los arrullos de la existencia para volver a temblar y apasionar nuestros huesos con la luz de un nuevo mundo alumbrado en un segundo, indemne y puro, ante nuestra imaginación.

"...otros ecos regresan/ desde la poesía primera de nuestra vida"

Porque hubo una vez en que atravesamos el umbral del primer canto. Recuerdo en mi infancia...recuerdo que...cada vez que marchábamos de viaje, mi abuelo nos hacía pasar tres veces por debajo del Corán para viajar protegidos por lo que él sentía más sagrado. Lo sagrado, se ofrece espontáneamente, a aquello que amas.

"A cada uno le llega el día/ de pronunciar el gran Sí o el gran/ NO..."

¡Elige! Rueda dentada, molienda continua, que aplasta para alimentar. Destrucción que genera el paso venidero, perfecto disparate de supervivencia. A veces nos vale un poema para salvarnos la vida, pero queremos escusas, demandamos símbolos, para reforzar, para creer que importa, para exigir que signifique. Algo, el código mudo del universo, fascinando la consciencia hasta extasiar la danza de nuestros silencios más ensordecedores. Grita y obedece, canta y golpea, muere y tropieza, pero siempre ¡Elige!

"Y el mañana nunca parece ese mañana"

Mantra, rezo, plegaria o ruego. Mañana, no traigas el rostro del Ayer, no tengas miedo Mañana, de envejecer un poco, de absorber las arrugas del tiempo y sonreír cargado de rastros, que persigan el origen de tus días. Mañana, no seas igual, terrible o artero, no vengas vestido como te adiviné el día de nuestras nupcias, porque la belleza, has de saber, nunca trae el mismo nombre y es puro nacimiento. Si de veras me quieres enseñar, múdate a otras ciudades, salta a nuevos poetas, escóndete en películas desconocidas, sé la sombra de futuros amigos. Te juro que te perseguiré allá donde vayas, que te estrecharé en mis brazos seas quién seas y termines donde termines. Pero no seas, por favor Mañana, igual que Ayer.

"No escuché trabajar a los obreros ni sus voces./ Silenciosamente me tapiaron el mundo."

Fui a la montaña para volver a ver amanecer mi luna de plata, pero apareció untada de miel de sangre. Estruendo y horror, craso error ¿quién nos enseña a decir adiós? A Dios, A Dios, como si fuéramos tan longevos. Dicen las antiguas y omnisapientes evidencias del mundo revelado que cada vez que te separas de otro ser sintiente por fidedigna incompetencia humana, un sedimento se sumerge en el fondo de tu alrededor para retirarte, partícula a partícula, de la plena satisfacción del encuentro y la comunidad.

"Ítaca te regaló un hermoso viaje./ Sin ella el camino no hubieras emprendido./ Mas ninguna otra cosa puede darte./ Aunque pobre la encuentres, no te engañara Ítaca./ Rico en saber y vida como has vuelto,/ comprendes ya qué significan las Ítacas."

Rey de reinos, poseedor de riquezas, orgullo de prestigios, presagios dementes del espejismo desnudado en el desierto de llegar sin contemplar. Nada mejor que lo que hay, tanto que perder, tanto por cosechar. ¿Contigo? Al fin del mundo. Mientras, abre las manos suavemente, siente el centeno al caminar. Sólo ha bailado antes con el viento que contigo y ambos veréis juntos amanecer. Mañana llegamos a Ítaca. Cada día, es más grande y bella nuestra antigua Ítaca, y no habrán cambiado al llegar sus pedregales, ni Penélope, ni Telémaco, ni tu inmortal Odisea, pero cada día...

El silencio encantado

"Dice el Tao: Quien habla se vacía sin cesar."

Desde el temazcal han entrado en mi vida 38 días, a los 21 iba a acabar el silencio. Pero, nadie nace cuando quiere ni muere sin sorpresas. Bienvenida HOY la poesía.

Nace un sonido escondido

en pausas de nuestra atención,

suave oración del alma

chocando como esas olas

acantilado arriba, caen,

en cadencias desconocidas.

Sin conciencia nace mi canto

yo callo y mi voz alumbra

la gran belleza sin llanto

tan alta que no hace sombra

y a todos desnuda y llama.

¿Por qué en silencio nos hablas?

"Hoguera de los amados",

"umbral del vientre del ángel",

"río que fluye calando".

¡Los nombres de Dios te damos!

Para olvidarlos despacio,

letra a letra hasta quedar:

Nuestro silencio encantado.

DESACATO/Arrobo

Malgastar el tiempo y tal.

Hacer cosas, muchas cosas, que te revaloricen. Valor, que significa a la vez, coraje y provecho.

Nunca vas a disfrutar ni atender todo lo que se ha producido"". Consumir la inteligencia es abrazar el aire, porque las competencias de la mente no son negocios del esfuerzo sino del efecto.

Hay tantas maravillas en este mundo, las quiero todas. Que hagan una película joder, para que pueda leerme el libro y decir que la peli era una bazofia; los planos conseguidos, una trama coherente, fotografía insuperable pero con el aura del manuscrito violada y dilapidada por las pretensiones postmodernas del autor. Algo así, luego me iría caminando hacia atrás y poniéndome unas gafas (molonas).

Hablando de gafas ¿sabéis que las mías no se pueden cerrar? Tienen los tornillos oxidados. Es que me ducho con ellas.

Quiero la puerta de Doraemon.

Quiero follar alguna vez con mis musas.

Quiero que el dueño del videoclub de ficciones me deje pasar la noche allí de vigilante o limpiando o algo así. Verme cinco películas cada noche. No necesitar dormir para poder hacer lo anterior.

No necesitar dormir para hacerlo solo para soñar. En plan, no lo necesito, lo hago por soñar. Pero se acabo la faena de no acordarse de nada, si duermo sueño y si sueño, me acuerdo. Hombre ya.

Que haya una pantalla digital REM sobre mi cama en la que se encienda un aviso de: sueño molón>> NO DESPIERTEN. ((A un amigo le despertaron justo cuando estaba a punto de despegar con un caza CREES-TÚ-QUE-HAY-DERECHO-?))

Me gusta mucho, mucho leer. A veces siento que no leo solo por mí. Que lo hago por mucha gente, por gente a la que quiero mucho, algunos los conozco y otros no, pero los quiero y leo por ellos.

Las personas que escriben de esa manera que te encienden por dentro, esa gente luminosa. Me encanta trabarme con ellos en una alianza de belleza. Yo los escucho desnudo de preconcepciones, ellos vocean desbordando el mundo. La belleza aparece y salva. Es, es una comunidad, una comunión, una pluralidad de estímulo y percepción alentando la fertilidad del momento. Yo nunca me sentí bello ayer, ni mañana, y es en la superficie ser lo que sientes siendo bello ahora...y es en el fondo, concebir en un estadio extraño pero íntimo la participación única y universal de la armonía. ARROBO PASMO ENSIMISMAMIENTO GRACIA
El odio en la furia disparó a mi corazón, miré quemando a quien me destruye desde que nací y entonces, atizé un manotazo brutal en la cabeza a otro, al dragón que incineró mi infancia.

Cuándo me parará el reloj

de su llave abierta al rojo

de sudar heridas mortales

que nunca acaban conmigo

dejadme perdonar, oh furias,

al mundo entero en su tragedia

para poder dormir solo una noche

feliz en hogar feliz

Sabio cansancio que se cae

rápido al romper el hueso

quiero escuchar mi última caída

lejos sin que se oiga

la venganza es tan sucia

que se desnuda y no es nada

romper al débil que te robó la vida

¡Qué triunfo!

A veces me creo que se puede morir uno de vergüenza

cuando los principios te miran silenciosos

y tú remas con tus abruptos golpes

el mar que desespera

hasta al Sol con su rutina

de volver y reír

para dar a la vida una edad más

porque tanto es para algo

y si dijeron luego

llega tarde el sueño

pero llega.

No invitaré la trágica liturgia a desprender tu futuro.

Recibir es a veces despedir

un hálito convencido de libertad ,

para el asiento irredento de nuevos caballos ardientes

que desligan la dirección de tu mirada.

Las raíces te queman, las raíces te tiran,

fuertemente, hacia el candor de un recuerdo que es gloria tibia,

de las ternuras de tu vida.

Si pudieran apenas sus ascuas volar hacia ti,

brindarme una carretera de llamas de remembranzas

del cariño que se clavó en mi alma salvando mi infancia,

en la que correr lo que nunca he corrido

para, vendar los ojos al tiempo

y prometerte

echar una partida más a la vida

de la mano que otrora estrecharas mínima entre tus palmas

pero abierta hacia tus pasos.

Dijo Dostoievsky que la belleza salvaría al mundo,

hoy me basta con que te cuide,

que una brisa sobrenatural te arrope para terciar una llamada recóndita,

que un pensar repentino destaque una taumaturgia del espíritu

quiero, por el Dios que me habla cuando me atrevo a vivir,

que mi amor te oriente

y crezca silenciosa la tercera Jerusalén

en la savia perenne de tus destinos.

Salgamos del Averno

Los antidepresivos no arreglaron nada, pero evitaron que me matara.

Lo primero fue, al fin, conseguir conciliar el sueño tanto tiempo arrebatado y violentado por noches demasiado largas que a veces llegaban a amanecer. Tenía pesadillas horribles que perturbaban mis días cada vez más cansados y eso no cambió, hasta que mi ánima no se renovó. Joe, recuerdo que podía pasarme una semana encerrado en una pesadilla que había tenido, trataba de ir a la universidad y seguir andando pero mi mente temblaba, sin parar de recordar ese sueño negro, tan vivo siempre que si cerraba los ojos estaba delante.

No se lo contaba a nadie, ni a mis letras, por aquel entonces me era incapaz escribir o leer y eso me torturaba ardientemente. Podía replicar el pensamiento de la aniquilación cientos de veces en un día y ese no era mi sufrimiento sino mi consuelo, porque sentía tal angustia y tristeza que solo podía aguantar cada vez más débil lo inevitable, como el buceador de amnea al que se le ha liado un alga y sabe que no volverá a subir, que esa fue su última bocanada de aire y se está acabando.

No hace falta que describa la sarta de locuras y barbaridades que me hice para desterrar por unos instantes la apatía más plomiza y la desesperanza más estranguladora. Nunca me había sido sencillo llorar, pero lloré, lloré mucho hasta secar ese mar de desalentados sentimientos, hasta hacer sima y beber arenas movedizas que me cuajaran ese interior en caída libre. Ese pensamiento roto que mascaba como cristales con vistas a una digestión mortal, qué rápido era, rayos. Creía que en el fondo de mi desgracia estaba mi redención y dedicaba días enteros a ultimar cada aspecto de mi vida, cada renglón del pasado y cada arista del breve futuro que me auguraba.Lo saboreaba ávidamente y no era excelso su sabor.

Podría seguir y extenderme, profundizar, pero fue todo un año y sería demasiado largo de contar. No quiero olvidarme de nada de lo que pueda recordar de ese trágico y gran año, porque ese año fue mío y me ha edificado a mí mismo, me ha dado una profundidad y un sentido de la empatía, la voluntad y el ánimo sincero de vivir sin el que ahora no me movería, ni pensaría, ni sentiría como lo hago cada día. Porque no habría conocido a todos los amigos y amigas que amo con tanta fuerza y si los hubiera conocido no me habría arrojado con tanta pasión a conocerlos, respetarlos y compartir como el hombre que ha estado a punto de morir y se ríe feliz al comprobar, que aún tiene piernas con las que danzar.

Conozco a pocas personas tan fuertes como yo, el dolor que se cierra en sonrisa suave, renueva el mundo. El último grito del fénix antes de ser llamarada y volver al huevo fue:¡Felicidad!Y creo que es lo único que merece la alegría, aunque cada destino tiene su propio signo y lenguaje, sus vetas y sendas singulares. Todo lo vivo de este universo fluye sin violencias cuando ríe cerca de la felicidad. Y no es la vuelta a la naturaleza, ni a la infancia, ni a la edad dorada, sino lo que te hace ser invisible en la luz.

Así que mientras corro persiguiendo al viento como un lobo, recordaré en mi simpática carrera que el lobo es si acaso lo penúltimo que es el hombre, que no hay que aprender miles de lenguas sino de voces. Cada voz nueva que aparezca en ti es libertad y milagro, no la silencies ¡Canta!Jajajaja, ¿no es bello? Conmovedor y puro como el aire de la más alta montaña, como imaginar que el Zaratrusta de Nietzche no subiera a sus cimas para proclamar verdades, sino veracidad.

Ah, esta noche es de los dioses y de los poetas que los crean. Animo con entusiasmo a los hombres de sol de luna a lanzarse a la miel, a beber auroras y soñar y soñar y soñar hasta la risa.

En la vida renaces siempre que estás preparado para volver a crear.

El embrutecimiento

Cuando el horizonte de un hombre se encuentra liberado de grandes convulsiones o vicisitudes acuciantes y encuentra un reposo y una invariabilidad de los acontecimientos de su existencia, entrando en una estática y sorda monotonía, ocurre que la placidez, la tranquilidad de ánimo y la alegría que este estado lánguido de las cosas permite experimentar se consumen como lo hace el oxígeno de una estancia cerrada por la lumbre de una llama.

Un hombre de espíritu, con el ánimo incandescente y la voluntad profunda de trascenderse, lo es siempre y eso implica una realidad continua de tensiones internas, un choque perpetuo y múltiple con los límites que su circunstancia y conciencia erigen como fronteras de su ser. No hay instante real de descanso, ni tregua ni trinchera en la que posponer jadeante la batalla, así como las sombras no desparecen al fundirse con la oscuridad, son oscuridad.

Por ello, cuando se produce un cisma insular en las circunstancias de la vía de perfección, desarrollo y evolución esenciales de su naturaleza, no puede evitar sentir una reserva e inquietud atentas a esa realidad de calma rancia y alienante, pues cuando te ahogas por estar tu más preciada figura cubierta y enzarzada en abrojos no encuentras aceptable verte perseguido por el ojo del huracán que carece del viento liberador que su periferia concede.

Hay rechazo natural y profundo a eso, a apagar dócilmente el ritmo de las pasiones y velar la belleza como si hubiera muerto. Mata de pena a un alma amplia concebir la vida como un sueño con ronquidos, sin textura: delicadeza o brutalidad. Nace la imperiosa determinación de hacer algo afirmativo, sublimado y honrado para enaltecer la existencia y su sentido. Es pavoroso concebir el camino personal como una sucesión de evidencias previsibles, inventadas y degeneradas por una cobardía o una mediocridad previas a las potencias de la libertad y la fuerza posibles para el hombre.

Y esa quietud mezquina, carente de la serenidad que debe verter el silencio sobre la atención hacia el mundo, perturba hasta tal punto los instintos y las inclinaciones del intelecto sensible, que la histeria y la rabia invaden y derrumban el equilibrio de la acción, el pensamiento y el sentimiento. El pensamiento pierde su música y enciende su ruido, el sentimiento se oscurece hasta la ceguera y la acción se embrutece hasta la mismísima bestialidad.

Y así los seres con los más nobles y puros anhelos los abandonan cayendo con golpe sordo y terrible en un estado aletargado pero hiperactivo en el que dejan de guiarse y moverse por la melodía de su destino para entrar en una lamentable, mediocre y cruel senda de ensueño animal. Arrancan las hojas de sus libros sagrados; aplastan sus instrumentos musicales para incrustarse sus astillas bajo las uñas que mueven y rompen como zarpas; pierden la voz y profieren ladridos, rugidos, rebuznos, aullidos, graznidos y silencios enloquecidos por el dolor y la desolación más desnudas.

Quieren sangre pero no derramada, sino evaporada de su más húmeda entraña hacia el aire por sus ojos para poder respirar, siquiera por última vez el nombre de su alma. Y caminan muy rápido, golpean todo a lo que llegan como un gigante que quiere acariciar una gacela y le rompe el cuello en su entusiasmo, o un rey que deseó convertir en oro todo cuanto tocaba y murió de hambre.

Y en medio de la tormenta de esa absurda intrascendencia decadente y vacía, a veces llegan reminiscencias que no hacen sino torturarle. Escucha con máxima claridad estos versos de Whitman:"Elevaré mi bárbaro bramido hasta los techos del mundo". Y él en un instante breve de lucidez como la que tienen algunos ancianos dementes, pretende responder a ese mandato desesperado como ante un asesinato que no se puede impedir, pero solo aúlla roncamente.

Los latidos de su corazón se asemejan al sonido de un hueso al partirse. Suena su corazón con el himno coordinado de sus huesos quebrando como promesa directa de la imposibilidad de dar un paso más en la dirección que elijan, como un manifiesto, en terrible conclusión, de una invalidez perenne y universal de su más íntima dignidad y voz. Puede que lleguen épocas más amables y plenas, todo cambia y eso ocurrirá, pero la tragedia reside en la certeza absoluta de que ya no las esperan.

Sin nombre

Cuando estés muriendo por dentro, escribe.

Cuando tengas ganas de llorar como un niño que ha visto a la muerte en un amigo que se va y no tengas más lágrimas que la ceniza de tus fuegos truncados, escribe.

Porque la palabra salva, porque en un grito puedes escapar y todo acaba cuando se sabe el final.

Este heraldo de espadas, pendientes de caer sobre la alegría y el ánimo de vivir. Qué fría y desolada es la presencia que se echa del hogar al hielo.

Helada es la infancia en desamparo, demente de amor y creciendo desde el sueño hacia la vida.

¡Qué llanto el que no llega! Ni estatuas de sal, ni almas que se miran antes de salir del Hades, ni ninfas que huyen de soles, nada tan fatal como el hombre que no se llueve por dentro cuando se muere de sed.

Qué absurda llega a ser la compañía que te inventa con guiones, que ataca tu espontaneidad y ata tu imagen a su aprobación, la tranquilidad de sus prejuicios.

Te llama calor y quiere que la abraces, te llama empatía y exige que la escuches, te llama compañía y reclama tu presencia, te llama hombre y espera que desees, te llama divertido y busca que des risa, te llama inteligente y ansía ingenio, te llama valiente y aspira a que arriesgues, te llama sabio y observa tu templanza, te llama niño y vigila tu inocencia, te llama bueno y anhela que obedezcas, te llama tímido y pretende que no tengas voz, te llama, te llama, ¡TE LLAMA!

No quiero más nombres, ¿acaso alguien se ha parado con verdadero amor y delicadeza a aprender a escuchar el mío?

Yo no tengo nombre, yo no quiero nombres y si lo tengo lo olvido, y dejo que me llame la vida, mi única esperanza y mi único camino, como le plazca, como siempre ha hecho: con su canción.

La Vida que te llama en el silencio, la Vida en cuyos labios nace inmortal tu nombre.

No teníamos nada en común salvo buenos momentos...

Quieres descubrir tus ideas naciendo en su corazón

esperas síncronas emociones amaneciendo sobre vuestro reino

que profecía sean los fuegos que perseguís por las noches

sea una sombra del rostro, la verdad en la empatía

pura unidad, compartida, creciendo hasta nunca para siempre

principios y príncipes de la vida, levantando un cielo de a dos

la lealtad, la sangre y el hielo, disfrazando el ritmo del tiempo

fortunas y glorias, íntimas y aurales, batiendo el sentimiento

y va y ocurre que:

No hay nada de eso, pero siempre sabe encontrar tu sonrisa.

LET'S GET HIGH

Me maravilla esta canción. Este disco está siendo BSO de mis horas de estudio trasnochadas, pero esta canción en particular me enloquece.

Me he sorprendido a mí mismo in fraganti riéndome a carcajadas a las cuatro de la mañana mientras la escuchaba y la sentía, bailándola alegre e infantil sin reparos o haciendo conatos de coros, hasta que mi madre condescendientemente, recordaba a su despistado y olvidadizo vástago, que respetables y numerosas autoridades científicas, filosóficas, espirituales; pasadas, presentes y pasadas otra vez (las futuras no, conste), han insinuado descaradamente que, en cuatro palabras: canto como el culo. Es como un arrebato ronco pero puro, como el instante infinitesimal posterior al de un hombre que con el sufrimiento hundido hasta los huesos clama un me la suda, aunque se caigan los cielos ahora toca cantar y hacerlo alegres porque podemos, porque aunque mi voz está rasgada voy a gritar amor hasta que alguien lo oiga, hasta que alguien lo escuche.

No es una redención, es un tumulto natural, como una presa que explota, con el agua gritando a la caída, ¡que te jodan, yo me voy a casa!. Al río, al mar, al cielo, a que me mee un tigre y me beba una palmera. Transformación.

En abstracto, soy un vagabundo, que ha caminado, reptado y volado 6.253.282.638.292 km, y en medio de esa hosquedad de ánimo que genera en los hombres la erosión de las tempestades atravesadas, ha visto ¡rediós!, la luna, esa que siempre está pero 7 días al mes no se ve. Se ha empezado a reír y era miel su risa, miel.

Ha hecho un fuego, porque esas lunas se sienten más saltando alrededor del fuego y ha dibujado con las sombras de sus danzas un recuerdo por el que vivir.

Aparece, mmmm, Sam Weller como guía de un viaje espiritual, rollo el fantasma de la navidad pasada o Virgilio presentándote a Beatriz en una comedia divina. Te dice, lacónico, bestia y lúcido:

-He "venio" ha enseñarle-dice mientras guiña un ojo con aire enigmático-. Y va y señala al típico arbusto en llamas que suele aparecer en estas historias y uno empieza a ver escenas: una familia en catarsis de ternura escuchando a la pequeña Emily tocar el piano el día de acción de gracias, a Esmeralda llorando de placer cuando Fabián derrama su semilla en las cimas más profundas de su coño, un marinero muy anciano de ojos azules como el mar arcano navegando solo en un mar en completa calma, una selva crecer a cámara rápida, el atardecer del día en que Judas se suicidó ahorcado con su silueta a contraluz, una tribu de dogones tocando tambores desorbitadamente (los espíritus se ríen), a Mahler tocando el piano en soledad rememorando el tacto de Alma, Magnus Carlsen poniendo en apuros a Kasparov y Alí riéndose de eso,......................................mucho más.

-Ea-suelta locuaz Sam y se marcha con la resolución y la complacencia que da el trabajo bien hecho-.

Se despierta el vagabundo sobre las cenizas de la noche recordando todo lo anterior salvo haber estado saltando alrededor de una hoguera inducido por la luna llena. Esta noche solo tenía ganas de llorar, reír y bailar. Hecho está.

YO

¿Qué material sólido tenemos para generar una identidad?

Hay cientos de sistemas filosóficos y toda una variedad de reacciones psicológicas y antropológicas dispares, que suponen una fuente definidora de culturas. Muchas son las tesis respecto a la formación de ese entramado mental y emocional que podemos identificar con nosotros mismos.

Pero están en cuestión abierta muchos puntos fundamentales del caso.

-NO SOMOS LIBRES de vernos(los límites de la estética o de la percepción) y aunque lo fuéramos, no podemos percibir lo que somos como si de un sistema independiente se tratara: No se conoce TODA la caja desde dentro.

-La fuerte carga de lo que en psicología viene a llamarse CONDICIONAMIENTO. Desde la carga genética que nos predispone a la obesidad, la depresión, irascibilidad, enfermedades mentales, creatividad, fuerza, salud, etc. hasta todo el sistema cultural al que ingresamos al nacer, integrándonos en su lenguaje (que es clave en las formas de entender el mundo), en su sistema político y económico, en su estructura sociológica, en sus costumbres y su lente psicológica particular (que incluye cómo nos juzga el prójimo y cuánto nos importa).

Hemos dicho pues: que nuestra percepción de la realidad tiene taras perceptivas, que la conciencia de un sujeto sobre sí mismo es problemática por construcción y que lo que salga de esa carencia y de ese conflicto, va a tener que adaptarse a una estructura (de naturaleza compleja) PREdefinida.

Ahora es cuando la mente empieza a poder hablar(se) de sí misma. Y aún aquí, no ha terminado su odisea.

Voy a elidir la cuestión espiritual, que creo profundamente porque siento continuamente. Vamos, pues, a remitirnos a la observancia transparente(según nuestras posibilidades) del comportamiento de la mente con la identidad.

No es AHORA el sustento de nuestra imagen, porque el presente no es tiempo sino lo que está siempre entre lo que deja de estar y lo que viene. Como no hay tiempo, no hay proceso y no hay construcción, que es lo que forja una identidad. Así como, no hay movimiento si no hay tiempo en el que transcurra, pues tiempo y espacio conforman una malla (maya es apariencia para el hinduismo, cabe mencionar como oportuna homofonía). Por tanto, es el pasado el que nos dice lo que somos y el futuro el que nos cede las posibilidades de cambiarlo.

Entra aquí una invitada a la discusión... muy amplia, etérea y difícil de presentar y comprender: la MEMORIA.

Existe la creencia extendida de que la memoria es un archivo perfecto del que no tenemos la llave y que caprichosamente nos entrega las informaciones que nuestra mente considera más necesaria. Pero el caso es que se han hecho experimentos en la línea de demostrar que las vivencias actuales modifican completamente nuestros recuerdos. Es una puerta abierta en dos direcciones y la influencias actuales moldean no solo el recuerdo de las vivencias presentes sino también de las pasadas.

Esto es tremendo. Todo lo que creemos que hemos vivido se está transformando continuamente, no hay ningún respeto a la objetividad, sino una adaptación continua en pos de la estabilidad mental.

No obstante, pese a la inestabilidad de su material dos cosas causan una especial permanencia, no exenta, no obstante, de la mutabilidad de la memoria. El dolor y la intensidad emocional y la primera podría ir implícita en la segunda. Cuando sufrimos daño físico o mental, nuestro cerebro lo recuerda (aunque ello no quiere decir que lo haga de manera fidedigna) y cuando lo pasamos genial, nos divertimos, nos emocionamos, nos exaltamos, también se graba especialmente.

¡La llama que fragua la memoria es la atención! Esa es la razón de que sobresalgan las experiencias de dolor y pasión. Placer no, curiosamente el placer lo olvidamos muy fácilmente y nos cuesta recordarlo.

En cuanto al futuro, no existe. Es el tiempo que aún no ha llegado y está abierto a cualquier proposición proyectiva a que nuestra mente quiera invitarle. Es un lienzo para la imaginación, aunque no el único, ni el más importante. El reino magno de la imaginación es la abstracción.

Otra historia es nuestra capacidad de "realizarnos" tal y como nos vemos en ese futuro.

No es verdad lo que recordamos que somos, no es siquiera constante. No es seguro lo que nos decimos que queremos ser. Sentimos la inclinación ansiosa de identificarnos y asentarnos en una referencia de identidad, pero es HUMO. Nos sirve, no es perfecto, pero nos presenta a los demás, nos escusa ante nosotros mismos y se reinventa constantemente justificando los caminos que escogemos y los que dejamos.

YO es un incompetente historiador explicando a nuestra mente sus límites pasados y futuros. Si falla, vuelve a inventar.

Narciso en Goldmundo""

Bravío himno de quietud plena,

asume el ritmo del oleaje,

separa del tiempo el saber:

reír para el mundo.

La mujer sangra hacia la vida

el hombre llueve desde las estrellas

¿Quieres que te diga del silencio?

Las artes muertas de tu Si-No.

Las hebras trenzan tus caminos

para que con vendados ojos

tramen tragedias y glorias

¡Ocasos y mañanas!

Y ahora vienes a desperezarte

con los cantos de tu sangre

plantas batalla y olvidas la guerra

me dices ahora y te creo,

a tu imagen y semejanza.

Cruz de Jerusalén

El invierno comienza cuando los días vuelven a crecer.

El árbol no muere, espera. (Hesse).

Amo las cuatro estaciones, las veo todos los días, llevo su insignia muy cerca del corazón y me alimento de sus colores.

Te juró que cuando cantas hasta los árboles se emocionan con pureza apasionada, se deslizan entre sus hojas el escarlata de los arces, el amarillo de los álamos, las llamaradas de los hayedos, toda la furia del otoño amanece ante la puerta de tu voz para instar al alma a proclamar tu belleza.

Cuando se escucha a un niño reír a carcajada limpia con los ojos cerrados y la alegría alerta, una primavera estalla en uno de esos lugares donde nadie escucha. Como un jardín de innúmeras flores blancas que al roce con la lluvia de tormenta se tiñen del rojo más vivo. Es el desvelo de un impulso desnudo de la vida renovándose, es reflejo de primavera.

Cuando delineo en las sombras, las trayectorias desnudas de tu silueta, explorando poseído por pasión amante los signos de tu placer, hay verano. Entro en el fuego descubriendo extasiado que arde sin quemar y ondea como sangre de libertad, confundiendo nuestras diferencias. Entro en el fuego y se vuelve verde, morado, rojo, naranja, como cada fruto que recibo de tu amor, para alimentarme y dejar semilla a nuevos sentidos y sueños.

Cuando escribo estas líneas las nieves visten las cumbres más altas de Madrid, donde pude amar, morir y respirar. Cuando escribo estas letras, sé que es invierno y que mañana la noche será más corta, que la vida es un ritmo de ciclos, que siempre se puede volver a empezar y elegir terminar, ver los colores de las estaciones en cada instante bello, intenso y revelador de la vida y unir los cuatro caminos del mundo en el de tu corazón.

Compasión

Estoy surcando en mi frente el signo continuo que guía los pasos de la vida radiante.

Estar siendo un ser enfrentado terminalmente a la impermanencia, requiere de la locura de estrechar sendas manos al enemigo: la derecha a la plenitud; la izquierda a la nada.

Siempre guardo mares en mi mirada para los escenarios de la ternura del mundo, que son sumideros del estado de la compasión.

¿Compasión?

Esa cosa pavisosa que dicen, que tiene, que vierte lástimas en las zanjas de la vida...

¡No!

Esa gloria del corazón que abre tanto el mundo que desborda la desgracia en la belleza, ese sueño santo del corazón curando.

¿Penar por mí con lágrimas y palmaditas desfilando? Antes, qué me corten la cabeza y la disparen al universo hasta llegar a cantar junto al bramido de los límites, que dejar que una sola de esas lágrimas moje mis cenizas, regando con su viscosidad los prados yermos de mi tumba en muerte.

Quiero rescatar el llorar con sangre transparente y pura los tesoros en el adiós, por sus presencias en el presente y no por su pérdida. Llorar con orgullo y honor, con pasión y candor a mi abuelo, a mi inocencia extraviada, a mi futuro ahogándose en mi libertad, a la sombra que me habla, a la luna que me hechiza, a las formas palpitantes de la realidad que hacen de su observación un espectáculo transitado por cimas y simas, circunferencias de centro omnipresente.

Pasión perfecta que guarde en su seno el respeto profundo por la dignidad ajena en la propia, esa, es mi compasión.

Allí habitan el grito nacido presentándose al mundo, el gemido de su madre que desliza nueva vida desde el fuego de sus carnes, el grito inveterado del guerrero que se entrega al furor de la batalla, el último estertor del viejo que muere con sonrisa, la trampa del niño en su pregunta, las penas del hombre y su sentido.

Guerra pasiva, hondo respeto, asimilación unitaria de la experiencia de vivir. Salmodia liviana, dulzura pícara y salvas silenciosas del arte de vivir.

¡Compasión!¡Compasión!¡Compasión!

Con pasión.

Quebrantos

Yo abro de los hombres que ríen en el infierno, su singular camino. Reja palpitante de mis avernos, siempre iluminando de luz cobriza la presencia más anodina.

Y cuando en las noches del ayer, tú morías al nacer, tentaba yo a aullidos a la reina de la noche. Porque las sombras de mi inmolación, traen las auroras siempre, de un cenit, de un fénix. Ven monstruo y haz llorar al ave que renace, que juntos curaremos este mundo. Tú rompelo, que yo lo sumiré en mi amor, mi amante testigo.

Es demasiado trabajo, la venganza del deshonrado en su resentido orgullo, olvido, odio, oprobio, obsesión. Pues cada vez que en mis oídos restalla el clamor risueño de la sonrisa de un niño, vuelve a explosionar el mundo, intacto, con plena integridad de sus posibilidades.

Tú mata, tú engaña, tú traiciona, tú destroza,tú desprende haces de cinismo en las trazas de tus días, vendrá un niño riéndose desde el centro del universo y a proclamar ante una fuerza mucho más poderosa que la que tú albergarás jamás: no eres nada, no eres nada, no. ¡No!

Y yo, pobre infeliz, que ha tenido en los labios la luz besada del rielar en las aguas, me paro a abrir puertas que no merezco, que me rezan, que traen desgracia. Porque largo es el olvido que se elige como corta la vida miserable.

Masca la podredumbre y trae del cielo la campaña, frustrada de tus desvelos, furiosa de tus ensueños. ¿Crees que todo impulso humano mendiga felicidad? Jajajaja, pues salta y huele y persigue tus olores, persigue tus horrores, a ver en que abisal mar acabas cayendo mientras me traes noticias de tu error.

Investidura, yo dije, no me quiero morir sin dejarme hecho. Como los edificios, que tienen la decencia de no derrumbarse hasta estar terminados.

Yo lo dije y lo cumplí y aún ando aquí en la noche incólume, tricentenario con colgajos de carne sobre huesos desiertos que no me abandonan por no morirme.

Yo lo dije y lo cumplí y aquí estoy en la ubicuidad, mientras me ves amanecer abrazada a lo que tú crees que es el amor, mientras abres a tu hijo el mundo a la sombra de tus piernas, mientras la primavera os dice cada 365 días VIDA, en el comienzo puntual del universo, en vuestras guerras absurdas, en tu llanto solitario y sensible, en el padre que enseña humanidad a sus hijos, en el marido que destroza la dentadura de su mujer al paso inamovible de su puño. Aquí estoy, en la ubicuidad, íntegro ante vosotros, antes de vosotros, después, siempre.

Aquí estoy en la ubicuidad, puro.

Muerte

Paola me pidió que hablara de la vida después de la muerte.

Ha habido a lo largo de la historia del pensamiento humano numerosas escuelas y corrientes que han tenido como semilla germinadora de su esqueleto conceptual el vacío psicológico de la conciencia frente a la nada. El miedo a la nada. La angustia existencial, el nihilismo y la desvalorización de la realidad son reacciones ante una imagen: la muerte aniquiladora del individuo hacia la nada.

He tenido una atención e interés constante (según mis progenitores desde la edad de 3 años) a lo largo de mi existencia acerca de los hechos y las realidades que rodean la muerte, pero desde hace algunos años, no me importa ni niego la evidencia de mi muerte. Sé que me voy a morir, me parece natural y satisfactorio ese hecho en proporción con la vida que llegue a terminar en ese instante.

Sobre lo que ocurrirá conmigo en ese momento, consideró que desapareceré como individualidad y para la mayoría de las personas que conocen algo de mí. Me enterrarán, mi cuerpo se descompondrá a un ritmo científicamente adecuado mientras innumerables bacterias y anélidos consumirán lo que de mí puedan llamar nutrientes. Mis atómos se disgregarán por el mundo portados por las vidas que los vayan integrando y mi cuerpo será muchas cosas y ninguna mía.

En el momento en el que que colapsa y caduca la conservación de la homeostasia del cuerpo humano (por la razón que sea) y pasa el suficiente tiempo para que haya muerte neuronal, lo que compone mi marca o programación eléctrica de la información y estructuras que ha ido conformando la experiencia, la acción y el pensamiento se desliga de mi cerebro y desaparece ante los ojos de la física. Mi energía se transforma con actitud entrópica hacia el medio que me rodea.

Soy perfectamente consciente de que me voy a morir y no pongo protesta alguna en este hecho. He de decir que no recuerdo haber pagado ni una sola célula de las que traje al mundo y tengo la fortuna de poder perpetuarlas virtualmente aportándome el alimento y el agua necesarios. Ellas acceden muy generosamente a reproducirse y morirse con una periodicidad que permite el mayor rendimiento para el organismo. Osease para mí.

Tengo alma, lo creo y lo siento con una evidencia bastante más sólida que cualquier alocución pretenciosa. No tengo ningún conflicto ni necesidad de afirmación ajena a mi mente, mi sensibilidad y mi inteligencia a este respecto. Por tanto, por relación lógica inmediata se entiende que tengo atribuida una naturaleza trascendente a la muerte. Soy mucho más que el rostro que limpio cada mañana (por bello que me resulte ;)), que el cerebro que sostiene mis recuerdos, conocimientos, intuición y voluntad y que las piernas con las que tanto he caminado y que los ojos que tanto han sabido ver.

No tengo una impresión única ni exacta de lo que sucederá una vez haya muerto, pero he de decir que la idea del yo lindando esa frontera me resulta insalvable. Realmente considero que tan solo aquellas sentimientos y cualidades que hallamos elevado hasta la cima de lo perdurable tienen algún espacio en esa transcendencia.

El espacio de lo eterno está abierto por 10000 puertas. No hay que leer, buscar, atormentarse y congraciarse tanto para verlo. Sal y habla una noche con las estrellas y basta con eso, cállate de la vanidad del mundo que parloteas y escucha un poco a tu corazón. No es nada sutil ni inalcanzable ni tienes que morirte para sentir tu corazón henchido de la gracia de la plenitud ad infinitum.

La cuestión está en lo que haces con tu vida, la muerte solo es un espacio de continuidades con respecto a esto. Si no te ha importado tu vida, por qué lo iba a hacer tú muerte. Si has sido indolente, ruin, malvado, egoísta, cruel, lascivo o cualquier otra cosa que te alejara de la vida plena, qué más da la otra vida, ¡¿qué más quieres mamón?! Si tan mal te tratas en una presencia tan inmediata como es la de la vida...que no te amedrente el peso de lo eterno. Lo creas o no, la frontera entre tú y lo eterno está en tu conciencia y la muerte solo es un salto cualitativo de la misma.

Así que damas, caballeros y bufones vivan su vida como si fuera lo único realmente importante que pueden hacer hasta su muerte, restauren en ustedes la seriedad que tenían jugando cuando eran niños" y salgan disparados agitando las áureas alas más livianas que son las que nos nacen cuando perseguimos nuestros sueños que siempre es el firme y extático camino de la felicidad más auténtica.

Una reverencia picaresca a mi querida Paola y a mi buen Miguel.

Sentido

A veces, es un mero y somero coqueteo con la pregunta, otras un atormentado deseo de presencia útil y armada, merecida y necesaria y, en el fondo, lo cierto es que nos intentamos justificar azorados y pudorosos por existir, vaya, por estar.

Mas en la fina y sutil frontera en la que el "yo sé" y el "yo creo" se funden aúreamente nace mi sentido. En el nacer del nuevo amanecer y morir en la nueva noche cada día de mi vida, en echar mil miradas diferentes al mismo mundo, en espiar torpemente el cambio, en subir a los hombros de gigantes para ver más allá que ellos, en dar vueltas y más vueltas sin retroceder un paso, en cantar sonriente a las sombras o en bailar con la Tierra mirando al Cielo.

Porque todos arrastramos una cruz, que más que milagro o maldición, es una oportunidad, un punto de conciencia. Ese es tu principio, tu poder.

Sin más, mi sentido es que existo, sin dudas, existo, aquí estoy y sé que estoy, por lo que indefectiblemente, en el fondo, sé que soy.

Así, así...

Y un impulso vehemente surge desde las honduras del esófago, un ímpetu sorpresivo pero claro de la voluntad de devolver y echar. Vuelve y llega ya definiéndose presencialmente en una calidez que inunda los resquicios de la boca con un sabor férrico a sangre.

Una ola que impacta contra la dentadura desviándose hacia al sumidero del piso de la boca y fluyendo impulsada hacia la bóveda palatina para caer cual cascada en una lámina que rodea la campanilla hasta acabar en la corriente de sangre que no para de vomitarse desde lo hondo. Y cierra...los ojos y apresa cual tenazas los dientes entre sí para no dejar escapar ni una gota de aquello que se le escapaba. Cerro la boca y el alma al aborto que acaecía desde su sima siniestra.

Todo él era sangre, sangre que desde el paladar volvió a su esófago, hirió de bilis ominosa las trampas del estómago, salto el esfínter de Oddi y llegó a una senda indigesta de inmundicias certeras. Lo quería en él, lo quería en él, lo quería en él, de tal manera que el anima sangrienta y fluidiza se transportó con sutileza inexplicable hacia la realidad neuronal.

Era como todo la maldita corteza cerebral colapsando en cada uno de sus abismos intersticiales con el escarlata de la vida, la sombra roja del derrame emético, era todo él sintiendo y cayendo en la potestad de la sangre...cerrando aún con fuerza sus ojos luchadores empezó a derramarse rojo en su mirada, cascadas de rojo teñían el negro de sus ojos cerrados. Las islas de de sus uñas se hacían de escarlata sin llegar derramar gota por ciencia infusa de la capilaridad y la mojabilidad de los fluidos y esas cosas científicas; entre la dermis y la epidermis una laguna de sangre se expandía haciendo que cada espacio de su cuerpo que no ocupaba su cuerpo estuviera lleno y pleno de esa sangre que no quería derramar, de ese aborto que quería contener. Era ya sangre por no querer derramar de sí, aquella sangre que anhelaba y amaba, quería no desdecirse del amor que elaboró desde el centro de la belleza del mundo. Voluntad de amor y sangre que destrozaba y teñía las sombras olvidadas de su cuerpo. Jajajaja,¿no es prodigioso?¿no es absolutamente monstruoso?

Jajajaja...

...jajajaja.

La sangre llegó a la risa, a la risa. Su sonrisa era un patio blanco, prístino y níveo... deslumbrante, hasta que desapareció por la sangre que a presión salía por entre los huecos de sus dientes, la sangre que con la tranquilidad que suele tener lo inevitable y fatal abría lentamente su boca mientras liberaba con la rabia de los acantilados que llevan milenios postergando su caída, el agua de la vida que ya no le pertenecía ni inspiraba.

Todo salió: por sus labios, por sus ojos y sus poros se sudaran las esencias contenidas y las cadencias pospuestas, todo se dejó ser hasta que el sueño le vino desde los siglos, desde lo siglos que le venían meciendo y llamando. Y se durmió en un mar de sangre que había parido, que había partido de su quebranto bendito...y se soñó, sin tiempo ni prisas, sin cantos ni risas, sin miedo. Sin miedo, se soñó, siglos y sigos, vientos de eternidad, caso de lo extraordinario. Duerme, duerme, le cantaban las estrellas, vamos, vete, vente, mira, calla, asciende, tanto duerme, sé, se es lo que se es. Sálvate y luego ven a verte, le sonreían los inmortales sin palabras.

Abrió los ojos y comenzó, inspirado por las artes de la geometría, a construir el más magnífico púlpito a Baudelaire. Le sentó, le beso la frente y le clavó un puñal en el corazón que se bebió toda su sangre. Pálido e inmensamente bello se dejó morir Charles con la cabeza ladeada.

Con una sonrisa etérea nuestro antiguo sangriento marchó a la montaña más alta del mundo y en las aguas del río que nacía de allí, limpió el puñal que no dejaba tinte alguno en la pureza de esas aguas. Durante horas la sangre de Baudelaire manaba del puñal y desaparecía en el agua. Cuando este trance culminó, bajó a las faldas de la montaña y clavó el puñal de donde creció al instante y a una rapidez serena y prodigiosa un arce plateado.

Llegaron a los oídos de su corazón los ecos de la risa libre, astral y eterna del amante Baudelaire...

Amándolo

Se me rompió la vida en el paseo

desde la trampa atroz que siempre sueño

transmutó la sombra terca del irredento

aliento alado que nunca y siempre era

Nací con diez mil palabras desconocidas

y el sino del cangrejo roto que descamina

Llegué pronto, llegué tarde y solo el mundo

me acunaba

Rendí a la sombra, seguí la estrella y la vi

desnuda

en pura música.

-

Yo no soy un hombre

(Yo) no soy un Dios

soy una antigua imagen de la nada

de eterno laberinto

que nunca dice adiós.

La risa flamenca, ¡flamenca!

Me entra la risa flamenca con aquellas personas que viven manipulando los deseos de los demás. Porque cuando al fin lo consiguen, se suben al sitio más alto que encuentran (pongamos que un taburete), y con el ánimo más triunfal gritan con pasión: ¡Vencí! Tras lo cual se vuelven a bajar con las manos vacías y una vaga sensación de que no tienen ni puta idea de lo que es la vida.

Guerra de baile

Estoy alegre, con ánimo brusco y pensamiento focalizado. Una desgarbado presencia que se acerca a la audacia del borracho y el atrevimiento del seductor.

Un estado mental que quiere acercarse a la agilidad que me capacitaría para que, con estoque de filo sutil, pudiera escindir la comisura de las costuras que velan un misterio importante.

Me gustan los guerreros que saben bailar. Los guerreros son siervos de la guerra, se quiera ésta apellidar con el nombre de un dios o de un país. Así que sabiendo bailar danzarían al compás del sueño de aquello que la guerra entrega a la humanidad con roces sin daño y contacto sin coces.

Imaginad, pensad un rato o un año, que cada vez que un hombre le declarase enemistad con intenciones a otro, cada vez que un país quisiera derribar a otro únicamente sucediera que todos bailaran. Jajaja, ¡duelo de bailes!

Lo más importante de esto es que no estoy bromeando, mi mente está vendida al arte más supremo y sé la tragedia, el amor y la venganza que pueden encerrarse (o liberarse) en una coreografía, un coro de cuerpos.

El deseo más puro

Mirad aquel anciano desnudo con luenga barba y cabellera cana como único obstáculo de su desnudez.

Qué espectáculo verle correr por entre unas matas seguido de perros, salta peña tras peña con la intuición guiando su vertiginoso movimiento, se encoge y gira y atrapa entre sus manos la consecuencia de su salto, y sube y serpentea a través de la piel de la montaña. La atrofia muscular de su cuerpo nonagenario es desoída por la voluntad de la evidencia.

Su mirada es irrevocable, él llegará. Y levemente se asoma el milagro, sus facciones y su constitución se van recomponiendo en un rejuvenecimiento progresivo. Cada paso, cada zancada y cada altura tomada dejan la promesa de un año menos sobre la fisionomía del anciano. Se va firmando en su presencia el testigo de un regreso, el testigo de un ocaso.

La piel ajada va resolviéndose en una tersura vehemente y elástica, los surcos de sus ojos se retiran para extender un entorno decidido a su mirada incansable que no ve por donde va sino a donde se dirige. Los músculos renacen en el reino del cuerpo haciendo de su acelerada e inagotable carrera un hecho más razonable pero igual de extraordinario y fantástico.

Llega a la pasional y cándida juventud en su rostro y acaso se asoma ya en su barbilla la barbarie barbilampiña jajaja, y ante su perspectiva se alza aquel lugar que solo él conoce y conocerá, aquel bosque de robles que en su interior tiene un círculo geométricamente perfecto de unos 15 metros de diámetro en el que no crece la vegetación. Aquel lugar, su lugar, mi lugar.

Atraviesa el perímetro del claro ya un niño de blanca y hermosa desnudez en plenitud de lo que algunos dan en llamar ser. Jadeando se detiene recuperando el aliento que el anciano embargó al niño, se acerca lentamente al centro donde hay una piedra de obsidiana, negra como la noche que acompañaba la escena. Levanta la piedra y la pone a un lado y con una delicadeza inexpresable recoge un poco de la tierra húmeda que reposaba bajo ella para después untarse el rostro con ella como si fuera un bálsamo de pura belleza, con esa expresión de éxtasis que tienen algunos niños cuando son felices.

Tras ello, derrama una lágrima, dos y hasta tres ,mientras su rostro acoge un gesto de suma concentración y transcendencia. Sus manos se dirigen con inteligente precisión a la superficie de la piel donde se hunde su corazón e introduciendo la yema de sus dedos en su carne atrapa un hilo de plata del que tira y tira hasta obtener unos metros de la etérea sustancia. Con profundo amor lo enrolla cuidadosamente y lo mete en una bolsita de seda blanca que cierra tirando de su cordel.

Ahora con una expresión de profunda pero consolada pena, con un terrible afán de contención y pasión deja la bolsita sobre el surco de tierra húmeda que había bajo la piedra. La expresión de su cara es análoga pero con una dimensión mística a aquella que adquirió el rostro de Bob Cratchit mientras depositaba el bastón del pequeño Timy, su hijo, en la tumba en que descansarían eternamente sus restos. Un adiós espiritual.

La bolsita como impelida por unas arenas movedizas se sumerge en la tierra. El niño viejo coge la piedra y la deposita encima. En el oscuro cielo nocturno una estrella fugaz destella con una luz que él responde con el deseo más puro.

¿Amor al odio?

Podemos distinguir diversas especies de odio pero hay una familia muy amplia que nace de un amor sin destino. Son odios de amor contenido.

Un veneno complicado que se alumbra a sí mismo, pues contamina el único agua que te puede sanar. Odias lo que no puedes amar, con lo cual deseas aún más amar, por lo que odias más todavía desde un deseo, que ya no es AMOR.

Una trampa de salida inefable que pasa por espiritualizar y recorrer tu odio hasta su conclusión: Atreverse a odiar con pasión (voluntad del corazón).

Quien es puro sabe amar. Quien sabe amar, puede amar. Quien puede amar no entiende el odio.

Es libre de odio quien sabe la sabiduría del amor infinito. Quien sabe que SIEMPRE se puede amar.

Valientes del corazón, odiad con toda la honestidad hasta el final de vuestro odio, que es su principio. Explotad cada uno de los cauces cortados hasta hacer torrente del agua estancada, que es lo que quiere la virulencia del odio: Sanar.

¿Amor al odio? ¡Odio hacia el amor!

Nosce te ipsum

Punto que_es centro

has de encontrar

mira bien dentro

siempre estará.

-

Nosce te ipsum

canción suprema

es el aria última

de la vida etérea.

Vida

De nuevo y siempre antigua, aquí está la vida. Delante, invitando a un baile cuyos pasos desconozco.

Solo, terriblemente solo, hermosamente solo, me atrae con una fatalidad maravillosa y voluptuosa. Con el brillo de lo bello que me invadió, con la oscuridad de lo horrible que me combatió, ahí está esa mujer de ojos negros y alma blanca, ahí está esa doncella de la eternidad que saboreo al nombrar: vida, vida, mi vida, la tuya y la nuestra, la que no es de nadie, la que es de todos, la que es lo que es y la que deja de ser.

Dios mío, cuánto deseo vivir, vivir con dignidad suficiente para mirar a la cara a la vida y sonreír. No quiero conquistarla, nada más lejos, quiero acompañarla quiero versarla en los poemas más transparentes y expresivos de sí misma.

He vivido muchas experiencias por las que daría más de lo que tengo; un regalo de la ocasión y del atrevimiento, supongo. Pero no es suficiente, aunque no quiero más, lo que tengo está bien. Simplemente quiero vivirlo con plenitud y eso está en mí, lo presiento porque siempre lo he sabido.

No soy un iluso, soy más un misántropo pesimista converso a palos más verdaderos que la sangre que me recorre. Sin embargo, tengo sueños tan trascendentes y cercanos que enervan mi sensibilidad hasta la catarsis más apasionada.

Puedo hacer gala de un diverso, pesado y completo cúmulo de defectos que hacen de lo que pudiera ser un paseo grácil y coordinado una senda más abrupta. Qué cosa más tonta y más boba estas actitudes que nos salen ante los miedos que no queremos admitir o las realidades que queremos esquivar para dibujarnos puertas más cerca de donde están jajaja.

Soberbia para hacerme valer, dolor callado para expresar invulnerabilidad, pedantería, dislexia ocasional, timidez obcecada y ocasionalmente paralizadora, seriedad para que me tomen en serio, silencio para escuchar, holgazanería para no gastarme (debe ser), procastinación para aburrirme ahora y no después jajaja, juegos con mi carácter para crear situaciones que masturben el ego y un etc. robusto y extenso son algunos de los defectos que puedo atribuirme.

No soy perfecto vaya, dice Alí rascándose la nuca mientras mira el anterior párrafo consternado y con la misma cara de circunstancias que debió poner el ingeniero del puente de Takoma.

¿Y qué cojones importa? Esta es mi vida, la dulce y lúcida vida, y pienso vivirla.

Me acorde de ti

ayer mientras me moría

Y el mar se hacía humo

y el fondo me acusaba

Yo solo quería respirar

y me acordé de ti.

-

Eché de menos

aquello que me dejaba

la vida que despedía

Y fuera la vida

quedó en recuerdo

y me acordé de ti

-

Todo era nada

siendo nada algo

y antes de hacerme

con todo,

yo nada

me acordé de ti.

-

Ayer mientras me moría

me acordé de ti.

Reír

Reír, dejar

la senda del ayer

hacerse huella

y no paso.

-

Reír,cantar

la gracia

de lo bueno vivido

y lo malo aprendido.

-

Reír, llorar

a un tiempo

y en una voz

que ayer

es hoy.

-

Reír, andar

soñando bailar

creyendo empezar

viviendo al callar.

-

Reír, amar

agradecer estar

de vida posible

en errante muerte

de la tumba a la cuna

y de la luz al sol

es reír y reír

hasta dejarte amar.

Quiero hacer el bien

"Quiero hacer el bien. Quiero que el mundo sea mejor porque yo estuve aquí."

El comediante

... Se acercó sigiloso al ilustre y reconcentrado personaje con dos platillos de orquesta regional dorados y grandes. Se deslizó en su rostro una sonrisa muy decidida y con un ágil movimiento los hizo chocar entre sí, liberando un sonido atronador a escasa distancia de los tímpanos relajados del buen señor.

El solemne caballero pegó un respingo tal, que ni el más imaginativo y soñador hombre hubiera creído posible poco antes, dada la pesada evidencia de la constitución de la víctima. Mas la gravedad volvió a exigir sus justos derechos sobre el monopolio del cuerpo del fugado y espantado señor, con lo cual fue a estrellarse aparatosamente sobre la pista de aterrizaje que había anunciado su sombra durante el sucinto vuelo.

El delicioso sonido de la caída fue como la cuerda que empujó la flecha de la risa del simpático bromista. Así que tuvo el señor dicho acompañamiento acústico durante el tiempo que le llevó resolver su susto, interpretar tan extraordinaria sucesión de experiencias, localizar al protagonista de las risas y acometer la justa y viril exigencia de rendición de cuentas:

-¿Por qué ha estrellado los platos en tan íntima cercanía con mis oídos?

-¡Era una sorpresa!

-¿Una sorpresa? Yo dedico toda voluntad y ánimo de mi carácter en anular la sorpresa del mundo. Quizás por algún impresionante despiste no ha sido usted testigo de mi presencia, pero creo dejar bien claro con mi manera de respirar, mirar y andar que soy un ser pensante y contemplativo. Un viajante y comerciante del conocimiento humano, un homo failosofis, que a cada conocimiento esquiva una posible sorpresa. No puedo perder el tiempo y la seriedad que me cuesta horas conseguir, en tonterías chifladas y divertidas de un hombre tan sonriente como usted. ¡Deje de sonreír! Es usted un descarado, yo disertando y usted sonriendo. ¡Qué barbaridad!¡Qué incivilización! ¡Qué...!- debemos resignarnos a conocer que último alegato de altura humana y cultura iba a ofrecer este digno señor porque fue abruptamente interrumpido con un cambio drástico en su vestimenta-.

La sorprendente y novedosa interrupción que asaltó al vetusto y solemne señor fue una inclinación rápida del alegre personaje, fatídicamente acompañada de un firme agarre de sus elegantes y grandes pantalones, que acabaron inevitablemente bajo sus pantorrillas, pero sobre sus zapatos.

-Se estaba usted acalorando-dio como resumida y lúcida explicación-.

-!!¿CCCCCo...QQQuui...ussssttt...RRRRRRRRRiiie...?¡¡-razonó el venerable señor con una singular articulación de innegables y sobrecogedoras ideas que parecieron sumamente divertidas a su interlocutor-.

-Jajajaja, no hay por qué darlas, si me estoy divirtiendo mucho. Jajajaja -dijo con lágrimas de incontenible felicidad-.

El hondo y amplio señor, pese no a ser un hombre de acción sin mucha reflexión, había pensado tanto a lo largo de su larga y fecunda viva que llegó, con una rapidez sobrehumana y un un hilo de pensamientos, que lamentablemente desconocemos, a la firme conclusión de que era muy necesario estrangular al comediante. Pero la benévola naturaleza del risueño ser le llevó a malinterpretar tan pasional gesto con un reclamo de cariño y sin pensárselo tres veces corrió a fundirse en un abrazo con él.

El notable caballero quedó mudo al instante pensamos que conmovido de agradecimiento, con una coloración rojo escarlata en su rostro que debía deberse a la persistencia del calor en su cuerpo, pese a los esfuerzos de su nuevo amigo con sus pantalones.

Pero un hombre de buenas costumbres tiene la natural inclinación de fidelidad para con ellas así que en una cercanía tan cómoda y accesible con las cartucheras del honorable señor era casi una obligación moral desarrollarse con total dedicación al esotérico arte de las cosquillas.

Jamás se oyó bajo los techos del mundo una risa tan liberadora, apasionada y decidida como las del buen señor, que sufría de hipersensibilidad hilarante sobre esta zona tan reservada de la anatomía humana.

Desconocemos cuanto tiempo estuvo riendo uno y riendo el otro pero ambos lo hicieron en compañía y con regocijo. La risa es tiempo que se pasa entre los dioses y se conoce que el comediante debió de quedarse allí, porque cuando despertó como quien dice; el soberano señor se encontraba sólo, sobre el suelo que le recibió y con los pantalones a una altura muy humilde.

Se levantó con una sonrisa y se marchó.

Se piensa que aquel día aprendió o recordó algo importante.

Testigos...

¿De verás que no habrá testigo al que llamar?

Cuando mi silencio se firme y mis pasos me retiren de lo que llamabas mundo.

No habrá voz o mano inocente que transpire el sentido de un recuerdo que nos guarde.

Repetirás cual letanía: ayer, ayer, ayer... cada vez más inaudible para que el olvido lo recoja.

Entregarás un nuevo rostro y elegirás una voz que tome del tiempo tu legado y te desdiga de ti misma.

Reclamarás un escudo que te esconda y un mañana que retire del mundo tus suspiros, que nacieron de inspiración.

Ligarás a esos huesos temblorosos el reclamo de un desvelo que te vista de un adiós.

Aventuras del eco llegarán reptando por los reinos de un ensueño y la suave piel se volverá escamada alertada por un escalofrío.

Sonrisas de hielo no te dejan ser feliz, y eso es fuego...para mí.

Se cierra la cesión, la noche ya se hizo sobre mis espaldas.

Sostuve entero el firmamento y tragué de las estelas el destino, tramé en su silueta lo eterno y juré vivir en ello.

Dejo a lo árboles gritando la verdad del amor, a los lobos representándola ante mi luna y a los mares rindiéndole oración incesante sobre aquella" orilla.

Quiero arroparme en mi infancia y volver a soñar.

Quiero creer que creo un día en que dejaré de querer.

Me rindo a la deuda de descubrir cada día el deber de una renovada libertad.

Me libero de ideas que ahogan el agua que respiro.

Aprender a bailar, a cantar y a entonar, es decir, a musicalizar, se me presenta como camino atractivo y necesario.

Desde un tiempo que acaricia mi niñez sé que tendré un husky siberiano que se llamará Fuego y una gata negra de ojos verdes que se llamará Noche.

Me palpita la mente cuando paseo por las bibliotecas y sus promesas.

Me mana el corazón de un no sé qué sin nombre cuando la naturaleza rodea mis sentidos. Hay instantes en los que percibo internamente que naturaleza es todo lugar del universo y, entonces, ese sentir se fraterniza con mis circunstancias.

Quiero saber amar a todo ser, pero aún estoy estudiando ese lenguaje esquivo.

Tiempo, eternidad, muerte, vida, fuego y hielo. Busco su sinonimia.

He caido tan bajo que aprendí a levantarme.

Agradecer es iniciarse eternamente en el amor.

Muerte es lo que haces cuando terminas de vivir. Los finales siempre fueron tan elevados como las historias que los traen.

"...yo amo los mundos sutiles/ ingrávidos y gentiles..."

Mis sueños pueden durar una vida y evaporarse en un instante.

Hay una sombra que me persigue, quiere revelarme, pero corro más que escucho.

De salud frágil otrora, hace tiempo que no enferma y se reafirma en que adora el frío. ¡El frío del Norte!

Sólo sé ser más rápido corriendo al intentarlo.

La vida no me vino para perderla en tiempo, me vino para ganarla en verdad.

Del pensar

¿En qué pienso? Sabía decirlo, pero olvidé llamarlo: para qué sirve el nombre de lo que nunca llega porque jamás se fue. En rostros fugaces que escapan tenaces a la mirada tendida, en instantes sorpresivos de inmanente belleza, en horrores desnudos de apasionada eternidad, en..., en..., en...aquí, por dios aquí. Un dios en minúsculas, de mi tamaño, de mis necesidades y de mi necedad que al tiempo me espera y me recuerda, y me sueña y me descubre y me rinde y me devuelve. Aquí, en mí, para mí, a mí través, que me reserva un espacio de gloria y paz, de risa y canción...espacio de amor incorrupto, unidad de silencio circular. Qué recito que reciclaré cada paso de mi ser para darle un sentido necesario, que suspiro que respiro por ser un manantial de la vida que me conduce y me sostiene, que clamo por donde quedan los techos del mundo porque espero de la esperanza.

¡Espero de la esperanza!

La espera

Necesito escribir, como el moribundo que pide beber. Haré como si supiera expresar lo que significa ver tu mundo velado por raíces antiguas y oscuras, como si quisiera abrir la puerta a las heridas y beber hasta desfallecer en la noche más solitaria.

Es cerrar los ojos y retumbar entero tu ser con el repicar de las campanas de una locura desconocida, que llama y espera. Quieres llegar y, sin embargo, te invade con una fuerza y una profundidad inmensas, impronunciables, una tristeza tan grande como tus pasiones secretas.

Sostienes tu postura con gesto perdido y reconcentrado mientras en tu fantasía ves un inmenso mar derrumbándose hacia ti. Y en el fondo sabes que todo aquel reino de sal, agua y viento que se avecina ante tu mirada, te pertenece. Sabes que el infinito golpe que te espera es un reencuentro y una ensoñación irrevocable del alma, un testigo de tu pasado más real e intrínseco, una voluntad inquebrantable y primigenia.

Queda sonreír, sonreír como antes del mayor de los ocasos mientras te preguntas ausente cuántas muertes más te esperan, cuántas olas del mar infinito te deparará el camino que el sueño que desvives te entrega.

Dónde queda el amor, dónde la santa patria que jamás llega.

Feliz cumpleaños, grata edad amigo

Hoy quiero escribir y a estas horas (estaba todo planeado para dormirme en clase) con naturalidad y sin intensificar el estilo, de mi amigo Miguel, coautor de este blog.

Estábamos un distante día dispersando alegremente nuestro tiempo en el aula de informática de una escuela politécnica de cuyo nombre no quiero acordarme, cuando entre música y vídeos de interés él tuvo el ímpetu y la voluntad de expresarme que sería una idea buena crear un blog juntos puesto que a ambos nos apasionaba escribir y habíamos comenzado a trabar una simpática amistad. Y mucho hemos disfrutado y volcado dentro de esa ocurrencia suya de hace más de tres años. Gracias Miguel.

De sonrisa facilona y gesto facial virtuoso y vertiginoso, con los años y el tiempo he ido conociendo lo que ese rostro de mil caras esconde. En tiempos de bajada sé que perdía con el mundo que anhelaba y revivía con la ilusión del alma más aniñada y noble.

Creo que él demuestra cada día a cualquiera que se pare a mirar lo que significa conservar la libertad del niño. Desde embestirme como un uro en medio de la calle y lucha grecorromana en los jardines de la universidad, a los chistes más malos, pasando por serios de minutos (en los que corría el sudor que presionaba la sonrisa) y llegando a los comentarios y actos más desvergonzados. Para acabar, siempre acabar, partiéndonos de risa.

Creo que es de reseñar, que fue a yoga de pequeño y que recuerda cada uno de los movimientos y frases que su profesora le enseñó. Eso nos brindó una mañana de contorsionismo bastante interesante y a mí la oportunidad de comenzar aprender ese arte de meditación.

Tiene una amnesia manifiesta hacia sus idas mentales y bromas explosivas, no escucha lo que no le interesa aunque lo intente, pero aprende de todo lo que sí le interesa. Deja que los insectos invadan sus pertenencias con maternal condescendencia y da pésimos consejos con la mejor intención jajajaja.

Podría escribir más y de distinta manera, traer un poema o llevar el lirismo, pero sinceramente dejaré que el poso filosófico lo dejen nuestros días de yogas, nuestras conquistas de las montañas, las sesiones de fotografía, las letras que lleguen al blog y las que marchen al silencio. Que de la amistad hable, el tiempo que nuestras decisiones nos depare.

Un abrazo Miguel Herranz, te deseo que vuelvas al polvo, ya me entiendes, y que próspero sea tal camino.

Poesía de viejos

Hace algunos días mientras caminaba con rumbos y tareas anodinos que exige la existencia social me encontré de pleno y por sorpresa con un diálogo ajeno que impresionó y provocó todos mis sentidos más valiosos.

Me crucé mientras me dirigía al estanco con dos ancianos de cinco extremidades que con paso penoso y trabado caminaban acompañando sus soledades del calor de una conversación. Mis despistados y atentos oídos palparon y degustaron dentro de este casual asalto indiscreto de los sonidos de la urbe la palabra poesía, con un tono apasionado que contrastaba con la voz quebrada y apergaminada de quien la entonaba.

Mis pasos continuaron y mi mente se desdijo del suceso hasta que regresaron al cruce donde estos dos ancianos continuaban su idilio dialéctico acerca del sentido verdadero de la poesía. Mis pasos se detuvieron y mi mirada se volvió descarada hacia ellos con la firme intención de contemplar invisible el prodigio y desarrollar las tempestades poéticas que amenazaban con rescatar mi conciencia del estado despierto.

Ahí estaban, octogenarios y tambaleantes, gritando en defensa y rescate del sentido puro de la poesía verdadera. Sin pelo pero con viento, sin piernas pero con camino, firmes y apoyados en el bastón sutil de las raíces de tierra oscura. Con la fuerza del que eleva la intensidad de una voz temblorosa y de quien, ante la misma muerte, habla más allá de la vida, surgiendo en verbo y soplo de la eternidad.

Será expresivo que confiese que quise o creí ser observador de la expresión clara del verso de Bécquer. Que refiera que algo en mi interior rugió: ¡pero siempre, habrá poesía!

Y si me veo en el espejo del porvenir y traigo conmigo la fantasía de luengos años... me veo anciano de cuerpo débil y huesos grandes y cansados, que recogiéndose siguen danzando con la música de la belleza, que aún sin hambre ni alimento digiere los pastos del buen amor; la sombra de una sombra de una sombra que sus velados ojos advierten sigue buscando la luz en su mirada y el corazón con latir quejumbroso continua llamando el orige

Un dieu sauvage

Hace unos días vi "Un dios salvaje", una película en la que tomaron cuerpo de manera efervescente e hilarante, pero progresiva, ideas acerca de los buenos usos y la cortesía protocolaria que ya se venían fraguando en mí desde la observación y la crítica de la "buena" educación occidental.

Se nos da un camino adecuado y se nos enseña una conducta apropiada, nos aducen a una amnesia en medio de un sucedáneo de bienestar y nos extirpan la curiosidad del mundo junto con la pasión de conocer. Si no hay preguntas, tampoco respuestas y, así, puedes elegir la que más te convenga aunque te engañes.

Sabemos que tenemos que taparnos la boca al bostezar, pero nunca se nos enseñó a escuchar a nuestros sueños ni a entender nuestras pesadillas.

Cada día queda muy cordial y civilizado decir compulsivamente por favor y gracias, pero nadie te explicó ni te guió hacia el significado bíblico de la máxima: "Pedid y se os dará". Tampoco te descubrieron el sabor del agradecimiento, ni la pureza psicológica de la generosidad.

Deja salir antes de entrar, cede el asiento a tus mayores, no eleves el tono de voz ni hables con la boca llena y serás alguien digno de vivir en sociedad. Parece razonable y hasta bueno pero se va fundiendo en una amalgama indistinguible de normas con valor humano y auténticas chorradas que homogéneas se integran en la cabeza del humano insubstancial para darle una ley que sigue insípidamente sin entender, que le recoge y le esconde, que le incluye y le normaliza ante los ojos de sus semejantes.

Reprime todos tus impulsos más básicos fingiendo en todo momento que eres capaz de controlarlos aunque te estén destrozando la mente por dentro. Si aún eres capaz de sonreír a un conocido nadie se dará demasiada cuenta.

Reír como un niño y hasta romper cualquier tensión, hablar más alto de lo que late tu corazón, decir lo que piensas,ser indiferentemente diferente, esquivar la presión de la reprobación ajena, bromear sobre cosas serias o, en definitiva, cualquier tregua a la vida es cosa de bohemios y maleducados.

Pero más que lo que se aprende, pesa lo que se sabe porque se ve, las mil barreras que se pone la gente para excusarse su infelicidad y esconderla de las miradas que la ignoran o que la quieren. Las fronteras y las aduanas que las personas se imponen porque están seguras de que no merecen la libertad del viento. Las pesadas anclas que hacen del mar un vano espejismo de eternidad.

Nos enseñan a pararnos y nos dejan que malgastemos toda nuestra vida en encontrar las razones de nuestro estatismo. Pero ¿quiénes? Lo más triste es eso, nadie, porque nadie puede si decides lo contrario o, más bien, lo alternativo. Nadie te puede separar de la vida si la eliges como camino y destino.

Aunque lo más peligroso y acaso lo que echa por tierra cualquier posible ínsula ventajosa en este mar de desventuras que nos marca cegarnos a lo establecido es que nos da mucho espacio para desarrollar a la sombra y fresco de su polvorienta figura toda clase de mezquindades, podredumbre y decadencia invisible y sabrosa. Invisible porque nuestra buena imagen la esconde y sabrosa porque cualquier cosa es preferible al agujero de la vida, al hastío. Podemos vivir tranquilos y aceptados, e, incluso adulados mientras nos corrompemos sin ojos que nos reflejen la luz oscura de nuestra estrella apagándose.

Yo continuamente veo tras el velo de la buena apariencia, enormes luchas de poder que bajo las normas establecidas tratan de derribar al contrincante desde sí mismo. Tira de la cadena, baja el cuello e inclínate, siéntete culpable, deja que te salve...deja que alimente mi ego animal sin pisar la línea de la mirada social, sin dejar huella ni garras.

Y así se veía en la película, dos parejas de padres que se reunían para solucionar la trifulca de sus hijos en la que uno de ellos le había roto la mandíbula al otro con un palo. Comienzan dialogando conciliadores, pero tras la tensión sutil y casi imperceptible al principio de la reunión en la que los padres de la víctima exigen a los del agresor una cesión, una inclinación, va desembocando con genialidad de los actores en una violencia psicológica desaforada que desnuda a todos los personajes desvelando que están podridos por dentro hasta un extremo insospechado desde las sonrisas y pretenciosa humanidad inicial. Una corrupción oculta tras la cortesía y que tan solo las concesiones crecientes a las tensiones reprimidas acaba desvelándoles, a ellos mismos, a sus parejas y a sus invitados.

Todos acaban afirmando que ese es el peor día de sus vidas, por ser el día en el que se abandonan a ver aquello en lo que se han convertido y que han aplastado bajo la presión de la apariencia interpretada y deslucida tras décadas de rendición y pérdida.

Con el tiempo suficiente uno aprende a discurrir naturalmente (o casi) bajo las corrientes del contexto social, a respetar los mandatos y las llamadas de la naturaleza para en lugar de cortarlas y sustituirlas poder regarlas y aportarles la luz necesaria para vivir una vida auténtica desde lo que realmente somos. No es ser lo que escuchamos sino escuchar lo que somos, respetarlo y evolucionarlo.

Eso son alturas a las que ni el Dios Salvaje llega, pero si tengo que vivir en tierras que en secreto adoran al dios salvaje yo prefiero sabanas con leones, que urbes de deformes y secretos monstruos. Allí por lo menos el Dios Salvaje es justo.

El espejo maldito

No alcanzaba a recordar qué camino le había abandonado en aquella estancia, pero Viator poseía la certeza firme y misteriosa de estar dónde siempre había deseado. Todo lo que creía haber sido había quedado relegado en lo más recóndito y oscuro de sus recuerdos cuando traspasó los límites de la sala.

El suelo era un cuadrado cuyo lado tenía la altura de un hombre, su altura. No estaba pavimentado, su superficie era de arena fina y tenía el color del rubor de una mujer del norte. Carecía de techo y a una gran distancia, su altura se abría al firmamento a través de un gran círculo. Este hecho se debía a que a medida que ascendían, las aristas del prisma que le rodeaba comenzaban a curvarse en torsión y a divergir de manera que al final todas se unían, confundían y armonizaban para presentarse a la gran noche, cerradas y eternas.

No alcanzaba a recordar qué camino le había abandonado en aquella estancia, pero Viator poseía la certeza firme y misteriosa de estar dónde siempre había deseado. Todo lo que creía haber sido había quedado relegado en lo más recóndito y oscuro de sus recuerdos cuando traspasó los límites de la sala.

El suelo era un cuadrado cuyo lado tenía la altura de un hombre, su altura. No estaba pavimentado, su superficie era de arena fina y tenía el color del rubor de una mujer del norte. Carecía de techo y a una gran distancia, su altura se abría al firmamento a través de un gran círculo. Este hecho se debía a que a medida que ascendían, las aristas del prisma que le rodeaba comenzaban a curvarse en torsión y a divergir de manera que al final todas se unían, confundían y armonizaban para presentarse a la gran noche, cerradas y eternas.

Ninguna de las cuatro paredes le mostraban sus puertas. Tres de ellas eran de mármol imperial blanco. Surcadas por vetas que se entrelazaban en las figuras más diversas sin concretarse en ninguna forma definida, a través de un fondo níveo que parecía refulgir con dignidad serena y diáfana.

La cuarta y última de las paredes estaba cubierta por completo por un espejo hasta una altura que doblaba la suya propia. En su reflejo le aguardaba la visión de su cuerpo desnudo y por largo tiempo se detuvo a explorar cada una de sus formas y singularidades.

El cabello albino besado por el sol se extendía liso y radiante por encima de sus hombros hasta la altura del corazón. Su cuerpo venido en decadencia impresionaba ahora sus percepciones con el contorno de músculos apolíneos y atléticos,llenos de la belleza que supone la áurea geometría. Todo el vello que poblaba y escondía los secretos de su piel había desaparecido y su virilidad colgaba ahora insolente y seductora sobre la ausencia de sus testículos. Mas lo más enigmático y magnético de su cuerpo era su rostro que se había afilado en facciones delicadas y sensibles, ilustres y regias. Un rostro que presentaba la fuerte intensidad espiritual que transmitían sus ojos azules como zafiros, grises como la niebla bajo la lluvia.

Era tan terriblemente perfecto, tan sumamente bello, que pasó largo rato recorriéndose, contemplando incansable los caminos de su silueta. Adoptaba diferentes posturas para descubrir como reaccionaba su egregio cuerpo, como se colocaba y tensaba y como se relajaba y recogía con cada de uno de sus movimientos. Con cada uno de sus cambios...

En ocasiones se acercaba tanto al espejo que su aliento lo llenaba de vaho mientras observaba fijamente sus ojos con el deseo palpitante de traspasar los límites del reflejo y alcanzarse, tocarse, tenerse.Con el tiempo dejó de ser consciente de que lo que veía en el espejo era la proyección de su propio ser y desde entonces cayó profundamente enamorado del hombre que asomaba tras el cristal.

Aquel hombre se acercaba a él cuando quería de su compañía y le dejaba distancia cuando se alejaba para recordarle. Conocía y compartía cada uno de sus sentimientos. Cuando le excitaba el deseo, él le acompañaba, cuando sentía el peso misterioso del techo estrellado se tumbaba a su lado en su celda hermana e, incluso, dormía y soñaba junto con él. Sueños que nunca recordaba.

Pero todo ese placer y pasión con la que había ardido su corazón en presencia de su amado se terminó por volver pura agonía por causa del cristal que les separaba. Con fuerza y rapidez un torrente de odio le invadió, un odio hacia el cristal y hacia su debilidad que golpeaba inútilmente el inamovible muro transparente que les apartaba. Su hermano, su amante, al igual que él, estaba cada día más triste y más furioso y precisamente eso alimentaba su tristeza y su furia. Sentía la misma impotencia, la misma necesidad y el mismo amor frustrado. El mismo odio liberado.

Lloró durante la larga noche desconsoladamente, arañó con fiereza las sombras del cristal y lo golpeó con todas sus fuerzas hasta que de sus puños brotó sangre, que limpió rápida y desesperadamente con su cuerpo y su saliva.

Cuando una de esas gotas llegó a tocar la arena del suelo, la tiñó de un rojo escarlata que se fue contagiando y extendiendo al resto de la arena como una enfermedad.

Entonces un fuerte rayo iluminó el cielo y con la llegada del esperado y gigantesco trueno comenzó una gran tormenta. Llovía sin tregua de tal manera que se comenzaron a llenar los habitáculos. La lluvia era tan intensa que le costaba abrir los ojos ante las envestidas de sus gotas, pero no dejo de hacerlo con angustia para alcanzar el consuelo de seguir mirando a su amado que se debatía al igual que él con las aguas y los funestos sentimientos que traía.

Cuando el agua le llegó al cuello empezó a tomar aire para sumergirse y encontrarse con su amado, intentaba abrazarle, besarle, pero el cristal les separaba y la esperanza les huía. Bajaba, le miraba y volvía a subir. Una y otra vez, pero la distancia se volvía cada vez más larga y peligrosa. Él podía escapar, podía ascender pero no estaba seguro de que la celda de su amado tuviera la misma salida que la suya y no podía arriesgarse a abandonarlo. Le amaba, su vida no permitía su muerte.

Llegó un momento en el que tuvo que decidir hacer el último descenso sin viaje de vuelta. Para verle por última vez, para morir mirándole, viéndole. Llegó al fondo, aguantó la respiración y la presión, se mantuvo al nivel del espejo braceando con fuerza para contrarrestar el empuje del agua. Cuando sus pulmones cedieron y se llenaron de agua descubrió perplejo y exultante que el agua entraba y salía con el mismo efecto que el aire y que si se relajaba podía volver a posarse suavemente sobre el fondo de la prisión. Gritó con alivio pero ningún sonido salió de su boca, abrazó y beso a su amado a través del espejo y le prodigó las más cálidas y ardientes atenciones.

Se olvidó incluso de las alturas y de nadar, todo cuanto quería estaba en el fondo de la cueva, atrapado tras un cristal, esperándole. Nunca supo cuanto tiempo pasó ni le importó hasta el día en que algo cambió. Descubrió con espanto y aversión que una arruga comenzó a asomar en el rostro de su amado, pronto otras le acompañaron y el cabello se le empezó a caer por mechones. Algo malo le ocurría y con rapidez creciente devoraba la belleza de su cuerpo. Su bello cuerpo... sus músculos, su geometría.

Desesperó, enloqueció ante la decadencia de su amado, sus músculos habían desaparecido tras unos colgajos de piel flácida, las arrugas destruían la magia de sus facciones, las uñas de los pies y de las manos le crecieron en instantes. La barba le creció y se le cayó acompañando la escasez de sus cabellos y sus ojos le brillaron un instante con la luz de un dios para después comenzar a apagarse rápidamente como la vida de una mosca. Mientras, él ya no existía, no pensaba, era un ser que miraba, que desesperaba ante la visión de su amado.

Cuando todo el pelo cayó o flotó a su alrededor, cuando los músculos empezaron a fallar y las carnes se le hundieron entre los huesos, su amado empezó con histerismo a tocarse, a palparse intentando en vano recomponer sus formas y su belleza. Pero cuanto más se golpeaba y apretaba más rápido avenía la decadencia. Su carne empezó a separase de sus huesos con la fuerza y el esfuerzo de sus ademanes. Un esqueleto que ya se intuía comenzaba a amanecer ensangrentado entre los restos de su cuerpo, sus entrañas se pudrían y se consumían. Tan sólo su corazón apareció vivo entre su putrefacta carne y su cruel imagen ósea, palpitando con el miedo de todos los males del mundo. En un último acto de entrega su amado se lo arrancó con sus manos cadavéricas y se lo entregó. El corazón traspasó el cristal.

Cuando el corazón se entregó, una llamarada de fuegos verdes y azules se encendió sobre los restos de su amado con un remolino que al principio recibió su grito y devoró los pobres restos de sus carnes pero al tiempo empezó a agrietar sus huesos, a romperlos y a reducirlos a un polvo negro que comenzó a girar formando un tornado de mil colores y ninguna imagen.

Tras ello desapareció, y nadie más volvió a encontrar jamás la sala del espejo maldito. No alcanzaba a recordar qué camino le había abandonado en aquella estancia, pero Viator poseía la certeza firme y misteriosa de estar dónde siempre había deseado. Todo lo que creía haber sido había quedado relegado en lo más recóndito y oscuro de sus recuerdos cuando traspasó los límites de la sala.

El suelo era un cuadrado cuyo lado tenía la altura de un hombre, su altura. No estaba pavimentado, su superficie era de arena fina y tenía el color del rubor de una mujer del norte. Carecía de techo y a una gran distancia, su altura se abría al firmamento a través de un gran círculo. Este hecho se debía a que a medida que ascendían, las aristas del prisma que le rodeaba comenzaban a curvarse en torsión y a divergir de manera que al final todas se unían, confundían y armonizaban para presentarse a la gran noche, cerradas y eternas.

Ninguna de las cuatro paredes le mostraban sus puertas. Tres de ellas eran de mármol imperial blanco. Surcadas por vetas que se entrelazaban en las figuras más diversas sin concretarse en ninguna forma definida, a través de un fondo níveo que parecía refulgir con dignidad serena y diáfana.

La cuarta y última de las paredes estaba cubierta por completo por un espejo hasta una altura que doblaba la suya propia. En su reflejo le aguardaba la visión de su cuerpo desnudo y por largo tiempo se detuvo a explorar cada una de sus formas y singularidades.

El cabello albino besado por el sol se extendía liso y radiante por encima de sus hombros hasta la altura del corazón. Su cuerpo venido en decadencia impresionaba ahora sus percepciones con el contorno de músculos apolíneos y atléticos,llenos de la belleza que supone la áurea geometría. Todo el vello que poblaba y escondía los secretos de su piel había desaparecido y su virilidad colgaba ahora insolente y seductora sobre la ausencia de sus testículos. Mas lo más enigmático y magnético de su cuerpo era su rostro que se había afilado en facciones delicadas y sensibles, ilustres y regias. Un rostro que presentaba la fuerte intensidad espiritual que transmitían sus ojos azules como zafiros, grises como la niebla bajo la lluvia.

Era tan terriblemente perfecto, tan sumamente bello, que pasó largo rato recorriéndose, contemplando incansable los caminos de su silueta. Adoptaba diferentes posturas para descubrir como reaccionaba su egregio cuerpo, como se colocaba y tensaba y como se relajaba y recogía con cada de uno de sus movimientos. Con cada uno de sus cambios...

En ocasiones se acercaba tanto al espejo que su aliento lo llenaba de vaho mientras observaba fijamente sus ojos con el deseo palpitante de traspasar los límites del reflejo y alcanzarse, tocarse, tenerse.Con el tiempo dejó de ser consciente de que lo que veía en el espejo era la proyección de su propio ser y desde entonces cayó profundamente enamorado del hombre que asomaba tras el cristal.

Aquel hombre se acercaba a él cuando quería de su compañía y le dejaba distancia cuando se alejaba para recordarle. Conocía y compartía cada uno de sus sentimientos. Cuando le excitaba el deseo, él le acompañaba, cuando sentía el peso misterioso del techo estrellado se tumbaba a su lado en su celda hermana e, incluso, dormía y soñaba junto con él. Sueños que nunca recordaba.

Pero todo ese placer y pasión con la que había ardido su corazón en presencia de su amado se terminó por volver pura agonía por causa del cristal que les separaba. Con fuerza y rapidez un torrente de odio le invadió, un odio hacia el cristal y hacia su debilidad que golpeaba inútilmente el inamovible muro transparente que les apartaba. Su hermano, su amante, al igual que él, estaba cada día más triste y más furioso y precisamente eso alimentaba su tristeza y su furia. Sentía la misma impotencia, la misma necesidad y el mismo amor frustrado. El mismo odio liberado.

Lloró durante la larga noche desconsoladamente, arañó con fiereza las sombras del cristal y lo golpeó con todas sus fuerzas hasta que de sus puños brotó sangre, que limpió rápida y desesperadamente con su cuerpo y su saliva.

Cuando una de esas gotas llegó a tocar la arena del suelo, la tiñó de un rojo escarlata que se fue contagiando y extendiendo al resto de la arena como una enfermedad.

Entonces un fuerte rayo iluminó el cielo y con la llegada del esperado y gigantesco trueno comenzó una gran tormenta. Llovía sin tregua de tal manera que se comenzaron a llenar los habitáculos. La lluvia era tan intensa que le costaba abrir los ojos ante las envestidas de sus gotas, pero no dejo de hacerlo con angustia para alcanzar el consuelo de seguir mirando a su amado que se debatía al igual que él con las aguas y los funestos sentimientos que traía.

Cuando el agua le llegó al cuello empezó a tomar aire para sumergirse y encontrarse con su amado, intentaba abrazarle, besarle, pero el cristal les separaba y la esperanza les huía. Bajaba, le miraba y volvía a subir. Una y otra vez, pero la distancia se volvía cada vez más larga y peligrosa. Él podía escapar, podía ascender pero no estaba seguro de que la celda de su amado tuviera la misma salida que la suya y no podía arriesgarse a abandonarlo. Le amaba, su vida no permitía su muerte.

Llegó un momento en el que tuvo que decidir hacer el último descenso sin viaje de vuelta. Para verle por última vez, para morir mirándole, viéndole. Llegó al fondo, aguantó la respiración y la presión, se mantuvo al nivel del espejo braceando con fuerza para contrarrestar el empuje del agua. Cuando sus pulmones cedieron y se llenaron de agua descubrió perplejo y exultante que el agua entraba y salía con el mismo efecto que el aire y que si se relajaba podía volver a posarse suavemente sobre el fondo de la prisión. Gritó con alivio pero ningún sonido salió de su boca, abrazó y beso a su amado a través del espejo y le prodigó las más cálidas y ardientes atenciones.

Se olvidó incluso de las alturas y de nadar, todo cuanto quería estaba en el fondo de la cueva, atrapado tras un cristal, esperándole. Nunca supo cuanto tiempo pasó ni le importó hasta el día en que algo cambió. Descubrió con espanto y aversión que una arruga comenzó a asomar en el rostro de su amado, pronto otras le acompañaron y el cabello se le empezó a caer por mechones. Algo malo le ocurría y con rapidez creciente devoraba la belleza de su cuerpo. Su bello cuerpo... sus músculos, su geometría.

Desesperó, enloqueció ante la decadencia de su amado, sus músculos habían desaparecido tras unos colgajos de piel flácida, las arrugas destruían la magia de sus facciones, las uñas de los pies y de las manos le crecieron en instantes. La barba le creció y se le cayó acompañando la escasez de sus cabellos y sus ojos le brillaron un instante con la luz de un dios para después comenzar a apagarse rápidamente como la vida de una mosca. Mientras, él ya no existía, no pensaba, era un ser que miraba, que desesperaba ante la visión de su amado.

Cuando todo el pelo cayó o flotó a su alrededor, cuando los músculos empezaron a fallar y las carnes se le hundieron entre los huesos, su amado empezó con histerismo a tocarse, a palparse intentando en vano recomponer sus formas y su belleza. Pero cuanto más se golpeaba y apretaba más rápido avenía la decadencia. Su carne empezó a separase de sus huesos con la fuerza y el esfuerzo de sus ademanes. Un esqueleto que ya se intuía comenzaba a amanecer ensangrentado entre los restos de su cuerpo, sus entrañas se pudrían y se consumían. Tan sólo su corazón apareció vivo entre su putrefacta carne y su cruel imagen ósea, palpitando con el miedo de todos los males del mundo. En un último acto de entrega su amado se lo arrancó con sus manos cadavéricas y se lo entregó. El corazón traspasó el cristal.

Cuando el corazón se entregó, una llamarada de fuegos verdes y azules se encendió sobre los restos de su amado con un remolino que al principio recibió su grito y devoró los pobres restos de sus carnes pero al tiempo empezó a agrietar sus huesos, a romperlos y a reducirlos a un polvo negro que comenzó a girar formando un tornado de mil colores y ninguna imagen.

Tras ello desapareció, y nadie más volvió a encontrar jamás la sala del espejo maldito.

Ninguna de las cuatro paredes le mostraban sus puertas. Tres de ellas eran de mármol imperial blanco. Surcadas por vetas que se entrelazaban en las figuras más diversas sin concretarse en ninguna forma definida, a través de un fondo níveo que parecía refulgir con dignidad serena y diáfana.

La cuarta y última de las paredes estaba cubierta por completo por un espejo hasta una altura que doblaba la suya propia. En su reflejo le aguardaba la visión de su cuerpo desnudo y por largo tiempo se detuvo a explorar cada una de sus formas y singularidades.

El cabello albino besado por el sol se extendía liso y radiante por encima de sus hombros hasta la altura del corazón. Su cuerpo venido en decadencia impresionaba ahora sus percepciones con el contorno de músculos apolíneos y atléticos,llenos de la belleza que supone la áurea geometría. Todo el vello que poblaba y escondía los secretos de su piel había desaparecido y su virilidad colgaba ahora insolente y seductora sobre la ausencia de sus testículos. Mas lo más enigmático y magnético de su cuerpo era su rostro que se había afilado en facciones delicadas y sensibles, ilustres y regias. Un rostro que presentaba la fuerte intensidad espiritual que transmitían sus ojos azules como zafiros, grises como la niebla bajo la lluvia.

Era tan terriblemente perfecto, tan sumamente bello, que pasó largo rato recorriéndose, contemplando incansable los caminos de su silueta. Adoptaba diferentes posturas para descubrir como reaccionaba su egregio cuerpo, como se colocaba y tensaba y como se relajaba y recogía con cada de uno de sus movimientos. Con cada uno de sus cambios...

En ocasiones se acercaba tanto al espejo que su aliento lo llenaba de vaho mientras observaba fijamente sus ojos con el deseo palpitante de traspasar los límites del reflejo y alcanzarse, tocarse, tenerse.Con el tiempo dejó de ser consciente de que lo que veía en el espejo era la proyección de su propio ser y desde entonces cayó profundamente enamorado del hombre que asomaba tras el cristal.

Aquel hombre se acercaba a él cuando quería de su compañía y le dejaba distancia cuando se alejaba para recordarle. Conocía y compartía cada uno de sus sentimientos. Cuando le excitaba el deseo, él le acompañaba, cuando sentía el peso misterioso del techo estrellado se tumbaba a su lado en su celda hermana e, incluso, dormía y soñaba junto con él. Sueños que nunca recordaba.

Pero todo ese placer y pasión con la que había ardido su corazón en presencia de su amado se terminó por volver pura agonía por causa del cristal que les separaba. Con fuerza y rapidez un torrente de odio le invadió, un odio hacia el cristal y hacia su debilidad que golpeaba inútilmente el inamovible muro transparente que les apartaba. Su hermano, su amante, al igual que él, estaba cada día más triste y más furioso y precisamente eso alimentaba su tristeza y su furia. Sentía la misma impotencia, la misma necesidad y el mismo amor frustrado. El mismo odio liberado.

Lloró durante la larga noche desconsoladamente, arañó con fiereza las sombras del cristal y lo golpeó con todas sus fuerzas hasta que de sus puños brotó sangre, que limpió rápida y desesperadamente con su cuerpo y su saliva.

Cuando una de esas gotas llegó a tocar la arena del suelo, la tiñó de un rojo escarlata que se fue contagiando y extendiendo al resto de la arena como una enfermedad.

Entonces un fuerte rayo iluminó el cielo y con la llegada del esperado y gigantesco trueno comenzó una gran tormenta. Llovía sin tregua de tal manera que se comenzaron a llenar los habitáculos. La lluvia era tan intensa que le costaba abrir los ojos ante las envestidas de sus gotas, pero no dejo de hacerlo con angustia para alcanzar el consuelo de seguir mirando a su amado que se debatía al igual que él con las aguas y los funestos sentimientos que traía.

Cuando el agua le llegó al cuello empezó a tomar aire para sumergirse y encontrarse con su amado, intentaba abrazarle, besarle, pero el cristal les separaba y la esperanza les huía. Bajaba, le miraba y volvía a subir. Una y otra vez, pero la distancia se volvía cada vez más larga y peligrosa. Él podía escapar, podía ascender pero no estaba seguro de que la celda de su amado tuviera la misma salida que la suya y no podía arriesgarse a abandonarlo. Le amaba, su vida no permitía su muerte.

Llegó un momento en el que tuvo que decidir hacer el último descenso sin viaje de vuelta. Para verle por última vez, para morir mirándole, viéndole. Llegó al fondo, aguantó la respiración y la presión, se mantuvo al nivel del espejo braceando con fuerza para contrarrestar el empuje del agua. Cuando sus pulmones cedieron y se llenaron de agua descubrió perplejo y exultante que el agua entraba y salía con el mismo efecto que el aire y que si se relajaba podía volver a posarse suavemente sobre el fondo de la prisión. Gritó con alivio pero ningún sonido salió de su boca, abrazó y beso a su amado a través del espejo y le prodigó las más cálidas y ardientes atenciones.

Se olvidó incluso de las alturas y de nadar, todo cuanto quería estaba en el fondo de la cueva, atrapado tras un cristal, esperándole. Nunca supo cuanto tiempo pasó ni le importó hasta el día en que algo cambió. Descubrió con espanto y aversión que una arruga comenzó a asomar en el rostro de su amado, pronto otras le acompañaron y el cabello se le empezó a caer por mechones. Algo malo le ocurría y con rapidez creciente devoraba la belleza de su cuerpo. Su bello cuerpo... sus músculos, su geometría.

Desesperó, enloqueció ante la decadencia de su amado, sus músculos habían desaparecido tras unos colgajos de piel flácida, las arrugas destruían la magia de sus facciones, las uñas de los pies y de las manos le crecieron en instantes. La barba le creció y se le cayó acompañando la escasez de sus cabellos y sus ojos le brillaron un instante con la luz de un dios para después comenzar a apagarse rápidamente como la vida de una mosca. Mientras, él ya no existía, no pensaba, era un ser que miraba, que desesperaba ante la visión de su amado.

Cuando todo el pelo cayó o flotó a su alrededor, cuando los músculos empezaron a fallar y las carnes se le hundieron entre los huesos, su amado empezó con histerismo a tocarse, a palparse intentando en vano recomponer sus formas y su belleza. Pero cuanto más se golpeaba y apretaba más rápido avenía la decadencia. Su carne empezó a separase de sus huesos con la fuerza y el esfuerzo de sus ademanes. Un esqueleto que ya se intuía comenzaba a amanecer ensangrentado entre los restos de su cuerpo, sus entrañas se pudrían y se consumían. Tan sólo su corazón apareció vivo entre su putrefacta carne y su cruel imagen ósea, palpitando con el miedo de todos los males del mundo. En un último acto de entrega su amado se lo arrancó con sus manos cadavéricas y se lo entregó. El corazón traspasó el cristal.

Cuando el corazón se entregó, una llamarada de fuegos verdes y azules se encendió sobre los restos de su amado con un remolino que al principio recibió su grito y devoró los pobres restos de sus carnes pero al tiempo empezó a agrietar sus huesos, a romperlos y a reducirlos a un polvo negro que comenzó a girar formando un tornado de mil colores y ninguna imagen.

Tras ello desapareció, y nadie más volvió a encontrar jamás la sala del espejo maldito.