jueves, 23 de julio de 2015

No me creo la violencia

¿Quién puede creer a la violencia?

Descarto cualquier sistema social, filosófico o político que se apoye en la violencia. Necesitar destruir para permanecer devalúa la integridad de cualquier planteamiento.

La violencia nunca es justa porque solo necesita de fuerza.

Aunque dispares a través del cañón de tus ideales, desde el argumento de tus "liberaciones", las balas no convencen (¡Ay, Unamuno!). El horror no nos hará libres.

Democracia es escuchar, no montar un Parlamento.

Si me insultaste para agarrarte a tus razones, no se te ocurrió nada mejor que decir. Insulta y gana tiempo, niega y pedalea. El que calla no otorga, dentro del silencio a veces fluyen ríos de lava. El que calla no concede, solo calla. Pero aún viviendo en el silencio, qué siempre te llegue la acción cuando aparezca la injusticia. Quien no defiende al inocente cuando el bárbaro le ataca, es igual de bárbaro y además, cobarde.

La violencia deja posos de miedo, rencor, furia y venganza. Por puro que sea el paso siguiente o el destino de nuestros caminos, tanto el que golpea como el que recibe podrán llegar, pero pagarán un precio y cobrarán sus deudas.

"Mejor no ir por la vida agraviando a los demás, se corre el riesgo de dar un empujón a quien ya se estaba cayendo".

El padre vocifera venenos al hijo porque el abuelo soltaba correazos de los que ahorcan. La violencia es plástico, es deforestación, es desertización, es destrucción de suelos, extinción de especies, vertidos, cambio climático. Salta de generación en generación y nos deja un mundo jodido.

No me creo a la violencia porque no significa nada. Siempre he vivido cerca de los significados, jugando entre metáforas y con símbolos en el corazón. Bienvenido el signo que me trae la realidad, la imagen que me inspira la verdad.

La violencia hace daño y deja herida. El amor hace bien y trae verdades.

Enseño a ostias y no se le olvida, dice el castigador. Enseño a la curiosidad y nunca deja de aprender, dice el profesor.

sábado, 4 de julio de 2015

Historias

Un viejo fue hombre tan valeroso, que esperó toda una vida para llorar.

Siete días antes de morir, escuchó un parto: gritos de dolor y llanto de vida.

El susto del niño le hizo reír tanto, que las risas del viejo trajeron las del niño.

Las risas del niño le hicieron llorar tanto, que siete días estuvo llorando.

El Último

Acopañadme, llegáis justo a tiempo para presenciar la escena, pero he de pediros que guardéis silencio y observéis con respeto el lamentable hundimiento, es la cima de esta historia trágica y lírica que prometimos que os ofreceríamos, y no dudo de que sabréis guardar una conducta a la medida de las circunstancias.

Sí, sí, el protagonista está a punto de romperse, es un momento especial y excitante, sin duda, y yo como narrador siento el moderado orgullo de haber ejercido de voz delatora de esta sucesión de golpes e inspiraciones, pero sobre todo, de haberos avisado a tiempo para que llegarais a escuchar la ruptura de los últimos resortes de esta mente agonizante. Ha venido gente de toda Sión para verle desaparecer, no va a quedar nada de él, ese fue su funesto juramento y ha vivido toda su existencia atado a sus palabras.

Oiga, no es frivolidad. A mi también me apena profundamente, pero debo preservar el tono objetivo y la distancia emocional dentro de esta sucesión de golpes e inspiraciones que vengo contándoos. No se llega a narrador de este tipo de historias con llantinas y gimoteos.

Demian había llegado a la vejez con una sombra creciente atenazando su visión hasta que un mal día, su última mirada llegó y toda luz desapareció. A estas altas edades, los achaques y las enfermedades se reciben con una templanza de ánimo distinta y la asunción de las taras que trae la vida al retirarse resulta, por lo general, más natural. Aprendió a moverse y vivir por su mundo sin necesidad de verlo.

Los días pasaron ayudando a los años a pasar también, hasta que una tarde de agosto se levantó Demian de su siesta completamente sobresaltado. El corazón le latía furiosamente y confuso por la somnolencia, no alcanzaba a encontrar las puertas del armario que guarecía el objeto de su ansia y necesidad. Tropezó con un taburete y cayó a plomo sobre la alfombra, soltando un alarido al producirse el golpe. Pero enseguida se revolvió y se puso en pie, caminó recto buscando a tientas la realidad hasta tocar con sus manos el aparador de su habitación. Cuatro pasos a la derecha, dos a la izquierda y en unos instantes las manos anhelantes toparon con el tirador del armario. Cuarto cajón al fondo a la derecha y una caja de zapatos. Octava fotografía borde superior izquierdo erosionado. Cuando le hizo esa fotografía, ella no podía parar de reír.

Los meses previos a su ceguera había estado aprendiendo y absorbiendo cada aspecto de esa fotografía, grabando en su alma las líneas de ese rostro, de aquella sonrisa que podía aún escuchar en su recuerdo como fondo maravilloso de la felicidad que le trajo la vida compartida. Y hoy en sueños, como tantas otras veces volvió a encontrarse con ella, pero por vez primera ni soñándola pudo volver a verla, sólo había presenciado una sombra interponiéndose entre él y la que sabía que era la imagen de su amada María, porque al escuchar su risa su corazón se encendió como cuando ella vivía y reía a su lado.

Se había levantado de su jergón completamente sobresaltado y ahora tenía entre las manos su fotografía favorita de María. Todos los meses previos a su anunciada ceguera había adivinado durante horas la belleza de su mujer, cada vez más borrosa ante sus ojos y más clara y guarecida en su recuerdo. Toda la oscuridad que le había acompañado los últimos ocho años le decía: no volverás a verla.

De rodillas en algún punto de su habitación, con las manos temblorosas sosteniendo la última imagen que había tenido del amor, su pecho oscilante no contuvo más el comienzo del llanto. Lágrimas y lágrimas rodaban por sus mejillas cayendo sobre su pijama y sobre la fotografía, sobre ella, su rostro, su sonrisa, su cabello negro como la noche y brillante como las estrellas. Un alarido bramado desde el timbre de una voz anciana, el desgarro abierto del corazón de un hombre al que le han robado el mañana.

"¡MARÍA!¡MARÍA!", gritó durante horas;"¿dónde estás María?¿por qué me has abandonado?", bramó saliendo de la puerta de casa y cruzando su parcela;"¡Buenos días princesa!""¡María las llaves!", invocando a su película favorita; "Mírame, solo una vez más, no me digas nada, pero sólo déjame saber que me estás mirando y te reconozco" gemía desesperado;"Irme contigo, debería haberme irme contigo, creía que te estaba esperado, que el tiempo nos reuniría y HOY no te conozco";se lamentaba con la culpa grabada en el rostro;"¿Sabes quién soy? Cuéntame de nuestra vida, cuéntame que adoras el café y los presocráticos, ver a nuestros hijos dormir y el atardecer de la playa de Ribeira, dime que no te querías morir y que aún sigues conmigo" decía acelerado y sonriendo con desesperación; "por favor, sé que soy un despistado, a veces te enfadaba y a veces te enternecía, cuéntame que me he olvidado de encender el sol y por eso llevo todos estos años ciego. Lo enciendo, lo enciendo unos segundos y te vuelvo a ver". Octava fotografía borde superior izquierdo erosionado.

Demian no vivía en una ciudad ni un pueblo ni una villa. Su casa la circundaba un bosque, Demian vivía solo y, en estos momentos, solo gritaba en el bosque:

"¡MARÍA!¡MARÍA! Vuelve a mis sueños, que eran santuario de nuestros recuerdos, déjame rozar por un instante la verdad de todo lo que te he amado en mis años de LUZ y en mis años de OSCURIDAD, quiero ser contigo, volver a ti una y otra vez, vencer a la muerte y al miedo y a la tortura del dolor. La libertad de saberte, la ilusión de forjar una alianza de esperanzas en tu voz, todo lo que HE SIDO, todo lo que he vivido pasa por ti. No es tu imagen lo que me aterroriza perder, es tu felicidad,¡TU FELICIDAD! Amaba esa imagen tanto, tantísimo, porque cuando te hice esa fotografía, no podías parar de reír".

El rostro de Demian se había ido llenando de arañazos sangrantes por todas las ramas que, impedido por su ceguera, no había podido esquivar. Pero nada iba a impedir en estos cruciales momentos de su existencia su rumbo y la fuerza de sus proclamas.

"María, María", volvió a repetir por última vez, porque entonces escuchó una carcajada, la única risa del mundo que encendía su corazón, que llenaba el bosque. Entre sollozos iba persiguiendo a tientas la risa, que le esperaba y avanzaba hacia otra oscuridad distinta, que era igual que las anteriores pero con la risa más cercana. Los pies de Demian sintieron el agua del lago del bosque y sus oídos escucharon los chapoteos de la mujer que entraba en el agua riendo. Cuando el agua llegaba ya a su torso la mujer se detuvo y Demian la alcanzó. Sus manos temblorosas llegaron a su rostro y tras unos segundos de caricias expertas se encendió con todo el fuego de la vida, erguido como el sol sobre el mundo e inocente como quien ve por vez primera, la imagen de María en su interior.

Esa imagen, que no era solo una fotografía, sino la certeza de la felicidad de María, inundó cada recoveco de su mente arrasando con la angustia que traía y la tensión espiritual que impacta sobre el ánimo al pensar, que todo lo que queda es esperar recordando lo bueno que ya no está.

Demian murió ese día, quizás ahogado en paz con su diosa entre las manos, que es lo mismo que decir con María feliz grabada en su retina o con María feliz viviendo de nuevo en lo hondo de su alma. Quizás nunca se levantó de la siesta y todo lo referido sea parte del sueño en el que María reía entre las sombras.

Abre posibilidades

No hay certeza en vida, sólo oportunidades. Lo juran todos los moribundos al expirar, pero no vocalizan bien.

Y en la muerte no tenemos nosotros más protagonismo que una decisión si la forzamos o una distensión si la recibimos. Luego, nuestro rastro se difumina entre raíces o entre cenizas según sea nuestra tradición.

Vamos, que morirse es cosa de un momento, como le dijo la enfermera al niño sobre la aguja. Aunque yo haya pensado tanto en las consecuencias existenciales de desaparecer para siempre, soy consciente de que volcar toda una vida hacia un instante es una pérdida y no una justa vocación. ¿Pero qué os parece lo contrario? Y si volcáramos todo un instante en una vida.

Como si aquello que nos firma pudiera revalorizar sin medida nuestras acciones y orientarnos para emprender en cada paso la firme inspiración de hacer algo bello, fuerte y significativo. ¿Qué significado? Ah, queridos argonautas, eso es toda una traducción de una lengua que se aprende a hablar viviendo con ciencia, paciencia, pasión y curiosidad.