domingo, 31 de marzo de 2013

Clepsidra inmortal.

Érase una vez la fortuna trágica de un hombre que encontró la senda hacia la fuente de la inmortalidad.

La fuente estaba constituida por dos dobles conos de cristal unidos por sus vértices y en posición vertical.

El cono superior era la mitad de una clepsidra con deliciosa agua nivelada hasta justo el borde que, sin embargo, no paraba de fluir hacia su vértice.

El cono inferior era la mitad de un reloj de arena, en cuyo interior no paraba de caer un hilo de arena que, sin embargo, nunca se llenaba.

La unión de los vértices se consumaba con una tubería de oro con grafías desconocidas en la que sobresalía un grifo con llave.

Agotado por las desventuras del camino y convencido ya de su triunfal destino, decidió dormir el peregrino antes de explorar la alquimia de su descubrimiento.

Mas cuando despertó, ni una gota quedaba ya en la parte superior y la inferior había estallado al llenarse de arena.

Para cuando consiguió abrir el grifo nada entregaba. Sin base ni techo, sin cielo ni tierra, nada entregaba.

Comió la arena mas era ya, sólo arena.

Guerra santa.

¿Cuál es la llave del triunfo en cualquier ventura vital? Declárate en guerra perpetua con tu sombra, esa imagen neblinosa que sustenta la percepción paralítica de lo que somos. Retírate del estatismo que te interrumpe la experiencia de la vida.

Porque no hay frontera lícita para terminar los dominios y potencias de la voluntad más auténtica, a no ser que se vidrien las perspectivas libres de la imagen. La transcendencia no es, pues, una caída, sino un esfuerzo alado y consciente por elevar las cotas de la experiencia humana. Una puesta en acción del pontificado entre la apercepción y su elaboración atenta.

No te admitas leve ni ausente, creyéndote ser en lo que has terminado de entramar en tus horas de trabajo introspectivo, y volviéndote, después, a dormir a la sombra de tu obra. Tú obra eres tú, no la presunción de tu naturaleza, por muy segura que la hayas atado a los incontables embarcaderos de la autoconsumación falsaria de la historia de la deserción humana.

Es como pintar un instante de tu ventana, y asumir ese estado de la realidad, colgando su recreación en el hueco que te impide ver el desarrollo natural de la realidad.

Por eso te pido, cesa tu intención de terminarte. Tu tiempo es limitado y eso sucederá inevitable y espontáneamente. Así que dedícate con constancia y alegría a la estimulante labor de extender tu naturaleza a través de los lazos del mundo, sin cesar de crecer en corazón e inteligencia sapiente.

El aserto más certero e inmediato que se puede hacer recibiendo las tramas de la experiencia es que todo está cambiando. No caigas en la miseria de pacificar tu inquietud enigmática por el final del horizonte y el principio primordial de tu ser.

viernes, 29 de marzo de 2013

Las firmas del firmamento.

Siempre se regresará a la metáfora del hombre contemplando el paisaje misterioso e hipnótico del firmamento nocturno.

Cuando en la noche inquieta el individuo se permite un retiro breve del trance social, por ejemplo, un paseo solitario entre las sombras de la noche. Puede ser que los pasos distraídos le dirijan a un páramo libre de luminarias artificiales, encontrando, por casualidad, un desnudo cielo estrellado para acoger su ánimo destemplado y soledad consciente.

Es posible que en esa situación, al elevar levemente su cabeza hacia el firmamento, surja una alianza de sincronías que atraviese directo el corazón del caminante. Una emoción sin nombre, expandiéndose suavemente por su interior, hasta descongelar ese entramado de creencias secas que abaten la pasión y corrompen la percepción viva de las cosas.

Un brillo natural invadiría las lagunas diamantinas de su mirada tras recibir la sombra iluminada de la noche del mundo. Porque entre los luceros constantes del lago de inmensidad, extendería el dominio de la imagen hasta que un fogonazo de infinitud impactara su alma. Sobrecogido por el fondo de la existencia, se rendiría al vértigo de la conciencia, procediendo a depurar sus fronteras.

Y en ese estadio desconocido e íntimo, le invade un entusiasmo extraño por la vida, tan cercana y tan desconocida ahora, que empuja a la voluntad de una imaginación infinita y libre.

En el fondo, se vive la intuición intensa de que toda esa densidad de distancia y luz que se presenta ante nosotros, es la trama velada de nuestra verdad más profunda. Sentimos que estamos inscritos en las líneas del universo porque, de alguna manera, contemplarlo pasmados durante un paseo solitario entre las sombras de la noche, nos hace partícipes de su sinfonía sin fin.

Desde Tales, viviendo hacia las estrellas.