martes, 26 de mayo de 2015

Desde la luna

Dicen (aunque sea mentira), que la muralla china es la única construcción humana que es visible desde la luna.

Me pregunto cómo se vería este mundo desde la luna si, por unos segundos como horas, le pidiéramos permiso a la gravedad para zafarnos de su constante abrazo. Si el olvido fuera un amigo que acudiera a nuestra llamada liberándonos del deber, del recuerdo, del dolor, de la culpa y hasta del conocimiento.

Entonces saltaríamos con una última caricia a nuestro camino viendo como poco a poco las cosas que nos eran muy grandes se iban haciendo cada vez más pequeñas, veríamos como con el torcer del enhiesto cuello alcanzaríamos a ver tierras cuya visión nos hubiera costado varios kilómetros de andanzas. Entenderíamos, que las nubes están hechas de las lágrimas de los condenados y que el Arco Iris es el regalo de su absolución.

Cruzaríamos la capa de ozono de la estratosfera sin pensar siquiera por un instante en el proceso de Ozonólisis que genera la molécula que nos protege de los rayos ultravioleta nocivos para nuestra piel hasta extremos desoxirribonucleicos.

Más ligeros que el vacío estelar continuaríamos por juego de densidades por una atmósfera cada vez más ausente hacia una ionosfera violenta sintiendo el ligero cosquilleo de las emisiones electromagnéticas.

Finalmente, flotaríamos alejándonos con profunda calma sin oxígeno alguno que nos oxidara, como con una última inspiración duradera, inofensiva y pura. Quizás quedáramos allí indefinidamente siguiendo un recorrido requerido en un vuelo grácil bajo el sueño hipnótico de la ingravidez, o bien despertáramos guiados por el aroma gravitatorio del Astro Madre hacia las ilusiones de una misteriosa y etérea verdad.

Aquí nos encontramos, sentados en los sueños nocturnos de muchas noches de verano, observándonos a nosotros mismos con mirada nívea y diáfana, antigua y gélida.

Dicen (aunque sea mentira), que veríamos la muralla china.

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