domingo, 8 de noviembre de 2015

“Detente, amigo, ¿qué es esto?”

La mirada perdida que desciende pausadamente hasta el refugio de sus entrañas, posándose con suavidad en el latido insomne de su penumbra. Tras las leves murallas de su piel, el mundo aguarda.

Y este aire incendiado que en mis carnes se inmiscuye, que hace instantes golpeaba cual ariete desde dentro nuestro pecho, se atempera en la mirada que lo atiende. El fuego se congela y desde tus ojos cerrados, imaginas el olor de la montaña, el recuerdo infinito de tus pasos altos.

En la mente todo es posible, cada imagen implica su realidad y los límites se quedan donde los dejemos. Así, quedamente, permaneces suspendido contemplando la poza abierta de tu vida, que inmóvil, sin siquiera una leve ondulación, te trae cada paisaje recorrido en tu camino, cada vertiente pendiente de tus sueños.

Y esa oscuridad opaca que al principio te recibía, progresivamente se derrumba. Trasluce como si fuera un fango antiguo, que antes seco pero ahora hidratado, fluye como la miel dulce y brillante. En su retirada vemos un resplandor irrefutable y creciente, y nuestro corazón expectante se aviene con el absoluto de esa luz.

Nos atraviesa, nos deshace y difumina. Los matices se queman en la tempestad homogénea de un blanco tan extenso que no necesita horizonte en que apoyarse. Nos arde, nos arde, nos arde, el mundo ya no espera y las palabras que en este punto se pronuncian tienen la potestad de los dioses.

El VERBO vierte al mundo sus testigos, las vidas que a través de sus actos se unirán para formar: la mirada perdida que desciende pausadamente… hasta encontrarse.

El espíritu es el aire que inspiramos en estado de conciencia.