martes, 26 de mayo de 2015

Poesía de viejos

Hace algunos días mientras caminaba con rumbos y tareas anodinos que exige la existencia social me encontré de pleno y por sorpresa con un diálogo ajeno que impresionó y provocó todos mis sentidos más valiosos.

Me crucé mientras me dirigía al estanco con dos ancianos de cinco extremidades que con paso penoso y trabado caminaban acompañando sus soledades del calor de una conversación. Mis despistados y atentos oídos palparon y degustaron dentro de este casual asalto indiscreto de los sonidos de la urbe la palabra poesía, con un tono apasionado que contrastaba con la voz quebrada y apergaminada de quien la entonaba.

Mis pasos continuaron y mi mente se desdijo del suceso hasta que regresaron al cruce donde estos dos ancianos continuaban su idilio dialéctico acerca del sentido verdadero de la poesía. Mis pasos se detuvieron y mi mirada se volvió descarada hacia ellos con la firme intención de contemplar invisible el prodigio y desarrollar las tempestades poéticas que amenazaban con rescatar mi conciencia del estado despierto.

Ahí estaban, octogenarios y tambaleantes, gritando en defensa y rescate del sentido puro de la poesía verdadera. Sin pelo pero con viento, sin piernas pero con camino, firmes y apoyados en el bastón sutil de las raíces de tierra oscura. Con la fuerza del que eleva la intensidad de una voz temblorosa y de quien, ante la misma muerte, habla más allá de la vida, surgiendo en verbo y soplo de la eternidad.

Será expresivo que confiese que quise o creí ser observador de la expresión clara del verso de Bécquer. Que refiera que algo en mi interior rugió: ¡pero siempre, habrá poesía!

Y si me veo en el espejo del porvenir y traigo conmigo la fantasía de luengos años... me veo anciano de cuerpo débil y huesos grandes y cansados, que recogiéndose siguen danzando con la música de la belleza, que aún sin hambre ni alimento digiere los pastos del buen amor; la sombra de una sombra de una sombra que sus velados ojos advierten sigue buscando la luz en su mirada y el corazón con latir quejumbroso continua llamando el orige

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