domingo, 31 de enero de 2010

Carta al visitante.

Guarda respeto visitante pues entras en un cementerio. Caminas entre altares erigidos en honor a vidas ya pérdidas en las arenas del tiempo, testigos de piedra que algún día cobijaron el caduco recuerdo.

Reverberan tus huellas en el mar del silencio que inunda el campo del recuerdo y sientes presente tu vida en los caprichosos latidos del corazón, que a cada instante te recuerdan que respiras y que dejarás de hacerlo, que toda luz se apaga y toda vida termina, sellada por su propia sombra.

Ciudad de polvo y piedra, ciudad de muerte, que enigmática e inmemorial crece desde la noche de los tiempos. Tú miras al cielo y entiendes.

Mas este camposanto no alberga cuerpo alguno y nadie viene llorar las muertes que en él se acumulan, aquí yacen sepultados en palabras conceptos e ideas, sueños e historias, condenas y libertades, en definitiva, los fantasmas y las sombras de un espíritu que brilla en el silencio.

Muertos se hallan en su finitud, perfectos en su limitación, parecen sombras, parecen cáscaras, casi pareciera que duermen en espera de una mente que les invoque, ilumine y llene.

Si el brumoso horizonte de tu camino ha traído la sombra de tus huellas ante él, bienvenido seas.