martes, 26 de mayo de 2015

Quebrantos

Yo abro de los hombres que ríen en el infierno, su singular camino. Reja palpitante de mis avernos, siempre iluminando de luz cobriza la presencia más anodina.

Y cuando en las noches del ayer, tú morías al nacer, tentaba yo a aullidos a la reina de la noche. Porque las sombras de mi inmolación, traen las auroras siempre, de un cenit, de un fénix. Ven monstruo y haz llorar al ave que renace, que juntos curaremos este mundo. Tú rompelo, que yo lo sumiré en mi amor, mi amante testigo.

Es demasiado trabajo, la venganza del deshonrado en su resentido orgullo, olvido, odio, oprobio, obsesión. Pues cada vez que en mis oídos restalla el clamor risueño de la sonrisa de un niño, vuelve a explosionar el mundo, intacto, con plena integridad de sus posibilidades.

Tú mata, tú engaña, tú traiciona, tú destroza,tú desprende haces de cinismo en las trazas de tus días, vendrá un niño riéndose desde el centro del universo y a proclamar ante una fuerza mucho más poderosa que la que tú albergarás jamás: no eres nada, no eres nada, no. ¡No!

Y yo, pobre infeliz, que ha tenido en los labios la luz besada del rielar en las aguas, me paro a abrir puertas que no merezco, que me rezan, que traen desgracia. Porque largo es el olvido que se elige como corta la vida miserable.

Masca la podredumbre y trae del cielo la campaña, frustrada de tus desvelos, furiosa de tus ensueños. ¿Crees que todo impulso humano mendiga felicidad? Jajajaja, pues salta y huele y persigue tus olores, persigue tus horrores, a ver en que abisal mar acabas cayendo mientras me traes noticias de tu error.

Investidura, yo dije, no me quiero morir sin dejarme hecho. Como los edificios, que tienen la decencia de no derrumbarse hasta estar terminados.

Yo lo dije y lo cumplí y aún ando aquí en la noche incólume, tricentenario con colgajos de carne sobre huesos desiertos que no me abandonan por no morirme.

Yo lo dije y lo cumplí y aquí estoy en la ubicuidad, mientras me ves amanecer abrazada a lo que tú crees que es el amor, mientras abres a tu hijo el mundo a la sombra de tus piernas, mientras la primavera os dice cada 365 días VIDA, en el comienzo puntual del universo, en vuestras guerras absurdas, en tu llanto solitario y sensible, en el padre que enseña humanidad a sus hijos, en el marido que destroza la dentadura de su mujer al paso inamovible de su puño. Aquí estoy, en la ubicuidad, íntegro ante vosotros, antes de vosotros, después, siempre.

Aquí estoy en la ubicuidad, puro.

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