martes, 14 de junio de 2016

No tiene nombres

Estaba caminando por las calles observando atentamente cada paisaje, objeto o suceso que surgía ante mí, preguntándome constantemente si yo había aprendido la palabra para describir este mundo que mis pasos estaban atravesando. ¿Como se decía en inglés ese movimiento? ¿Qué estoy haciendo ahora mismo?¿Cómo se llama este sentimiento? ¿Soy capaz de decir algo bello con mi pequeño reino de palabras?

Este hilo de pensamientos llevaba mientras pasaba por la iglesia de Berkeley Road, la cual siempre me quedo mirando pero a la que nunca he entrado, cuando un hombre atlético, de mediana edad y piel cuarteada que iba a paso veloz, sin detenerse tampoco ni un instante, se giró y bajó la cabeza como haciendo una reverencia ante la puerta de la iglesia y se santiguó en dirección al santuario, como realizando un ritual ineludible para él. Como si de no hacerlo algo hubiera desaparecido dentro de él. Esa clase de gesto. Esa clase de tensión y de intención.

Tras la escena me quedé como pensando, ¿y cómo digo yo esto? No ya en inglés, cómo digo yo esto en mi español, esa lengua que me ha traído la familia, los amigos, los libros, ¡el arte! Y entonces sentí que era un acto sumamente extraño ir por la vida nombrando todo cuanto nos encontrábamos.

En Italia, hace poco un niño nos enseñó que con un poco de ayuda se pueden inventar palabras (¡Petaloso!).

Y cuando miré al cielo me sentí tremendamente mudo. Hoy, este cielo grisáceo que yo he vislumbrado vestido de todos los colores, con esos arreboles que habitan los atardeceres y regalan indelebles momentos a los soñadores, me ha dejado sin palabras porque:

¡El mundo no tiene nombres!

Y es increíble que haya más de seis mil lenguas vivas dándoselos ahora mismo en el mundo.

A mi siempre me gustó preguntar a hablantes de otras lenguas ¿Cómo se dice amor?¿Verdad?¿Bondad?¿Libertad?Y ese largo etcétera de palabras que son fuego para mí.

Y si ahora pudiera experimentar ese coro de lenguas entregándome su sonido, vibrando al son de la vida para mostrarme el universo desde sus voces. Sólo me saldría decir: cada lengua es una canción del mundo.

Recuerdo esa idea mágica que afirma que cada ser y cada cosa en el mundo tiene un nombre verdadero. Un sonido que se aproxima más a su realidad esencial y me pregunto... ¿Qué lengua tiene más nombres verdaderos? ¿Qué lengua atrapa o, más bien, libera al mundo?

Aunque a lo mejor la llave no está en el sonido, sino en el nacimiento del sonido, en el sentimiento que convenció a la voz. Y todos los idiomas sirven al mismo propósito de la misma manera, pero con diferentes formas.

Como si un círculo de 6000 personas, una por cada lengua del mundo, estrechándose las manos y hablando en su lengua materna hacia el centro con puro amor pudiera entenderse.