domingo, 23 de enero de 2011

Humano, demasiado humano.

La raza humana (pues humanidad es probablemente un vocablo inoportuno) camina hacia su colapso. No es una afirmación catastrofista ni un manifiesto desgarrado. Se trata de nuestra obra, de lo que hemos hecho y de lo que hemos permitido.

La crisis actual es una manifestación episódica de una crisis más profunda, continua y terminal. Todas las medidas que se han adoptado son mitigantes, alivian los síntomas y alimentan la enfermad, que no es otra que nuestro propio sistema.

Nuestro sistema es más virtual que real, como el dinero que lo dinamiza y sostiene. Sólo sobrevive si se cumple la premisa fundamental del crecimiento económico y éste sólo es viable si se mantiene un salvaje consumismo.

El desarrollo artificioso de las teorías económicas supondrán sus complejos vericuetos pero estas dos circunstancias están indefectiblemente unidas al entramado económico, político y social conocido como capitalismo.

Por otra parte, existe una ley ecológica y zoológica evidente consistente en que cuando las necesidades (las exigencias en el caso humano) de una especie exceden las posibilidades del medio, dicha especie se extingue si es incapaz de trasladarse de medio. Nuestro ecosistema es la Tierra y actualmente no disponemos de tecnología para abandonarla aunque paradójicamente, nada la beneficiaría más que desprenderse de nuestra tóxica presencia.

Esta simple exposición justifica el ocaso de un sistema insostenible por el choque de su marco teórico con la realidad en la que discurre. Sin embargo, no hace justicia a la injusticia, desigualdad, miseria, podredumbre, barbarie, corrupción, aberración y horror que lo han sostenido y alimentado. Es la sombra de esta deslumbrante sociedad del bienestar, del consumo y el progreso.

El problema no es que el capitalismo globalizado sea inviable a largo plazo, el problema es que sus requisitos han abierto las fauces de las más bajas pasiones humanas arrasando con hambre famélica sin final y sin conciencia un mundo benévolo pero limitado.

Este hambre vacía, humana, demasiado humana, ha devastado países, ha levantado guerras terribles bajo la mirada calculadora de maquiavélicos titiriteros, bajo mensajes vacíos de democracias vendidas, por las promesas de una libertad desvalida, sumiendo en una vorágine despiadada las esperanzas violadas de un mundo mejor.

No nos hemos levantado ante el aullido de dolor de 30000 almas inocentes que mueren cada día por carecer de lo que nosotros desechamos, ni por el atropello constante de los derechos humanos más fundamentales justificado por propaganda gastada que tampoco nos interesa. Nos horroriza, no podemos permitirlo sin degenerar, por ello mismo nos alegramos azorados de que se molesten en alejar la incómoda verdad de nuestra negligente mirada.

La miseria es la misma de siempre, pero más grande y más lejos. Esa miseria del humilde ciudadano que nutrió el movimiento obrero se trasladó lo suficientemente lejos para ser ignorada, permitiendo para muchos el desarrollo de una resignada vida, molesta y angustiosa, pero soportable y segura.

Si buscamos en la raíz esencial de los problemas que asolan el estado actual de las cosas se comprobará que la crisis mundial es una crisis de valores vacíos y principios perdidos.
Los valores son ciertamente caducos y subjetivos (las cosas tienen exactamente el valor que les damos) y dependen de nosotros hasta el instante en que vendemos nuestras mentes. Los valores que protagonizan el discurrir social de nuestros días deslumbran pero no llenan y peor aún oprimen o traicionan los principios inherentes a nuestra condición humana y espiritual.

Es temiblemente paradójico, que en la época en la que mayor libertad gozamos históricamente probablemente por la lucha, el sufrimiento, sangre, sudor y lágrimas de los que nos precedieron, sea en la que con mayor irresponsabilidad e inmadurez sobrellevamos su peso. Y es que los hombres están cansados de su libertad, abrazan las cadenas y las bestias los conducen.

La bonanza que elevó nuestras riquezas también nutrió la carestía que las consumirá hasta destruir los frutos de nuestro soberbio egoísmo.

Ésta es la historia de una humanidad ciega que se devora a sí misma.