miércoles, 28 de marzo de 2012

Escribir, sin más.

Como el Gólem al que el rabino espiritualiza con los nombres de Dios haciendo aliento de la tierra húmeda, ocurre también que la tierra húmeda sorbiendo aire divino con el eco de los nombres que son grito verdadero del padre del verbo de Dios crea la sucia especie del hombre que siendo, deja de ser y dejando de ser, se erosiona con los mares de la aleatoria y deforme acción de los estímulos que atento erige en señores de su destino inmediato.

Arde el otoño, vestigial tormento del descanso gélido de los tiempos del letargo dormido del entendimiento ondulatorio de los sismos del alterado altar del alma.
Vienen a despedir las canciones rotas del ayer vigilante para desfallecer del sueño que atento honro de desheredar en las volutas siseantes del mañana atardecido en las sombras de mi mediocridad. Esa odiada sombra que oscurece la luz de la invisible aurora de aquellas antiguas tardes que en un desierto de oro fino que volaba por los intersticios de los acantilados del misterio que en armonía enigmática acaricia los sonidos del interior de los huesos danzantes del arco y la piel que tensa el movimiento de las cuestiones más perversas de la inocencia perdida y carente de discernimiento despereza las calladas pistas que las huellas de tu patizambo andar dirigiéndote hacia el tortuoso destino del horizonte que esquiva los conatos torpes de tu voluntad en un mar furibundo de calma ancestral y eterna tras el silencio infinito de la noche, el frío y sobre todo: negra extensión astral que el rugido primigenio estalla en la noche de los tiempos que encierran la eternidad en un intento de baile de magos, polichinelas del destino de las cosas que son.

jueves, 19 de enero de 2012

De dolor.

El dolor genera y concentra un sentido perceptivo intenso de realidad, nunca nos es tan presente algo como cuando nos duele.

Qué sentido más íntimo y despierto de la virilidad nos asalta tras una patada en los huevos, qué impulsos de facundia verborreica cuando la garganta desgarrada delata y condena el más mínimo movimiento del músculo deformador del aire vibrante, qué sed más deliciosa tras decenas de gestos generosos de nuestro fuero gástrico, qué vivo recuerdo del calentamiento olvidado ante la lesión del músculo forzado, cómo hierve la sangre cuando nos falla y desmaya, qué vivacidad hay en la enfermedad, que mil ejemplos de tenaz conciencia en tiempos de ausencia.

Pero no es ausente, porque duele,sabemos que está y lo sabemos más y mejor que en cualquier otro momento. Tenemos mayor noción del objeto de nuestro dolor porque nuestra atención se fija y redirige continuamente hacia él haciéndolo inmenso y concreto; reduciendo y empleando nuestra capacidad mental en definir y moldear la naturaleza de la agresión o el daño. Por ejemplo, habitualmente si nuestro sentido del tacto no es excitado por algún estímulo físico que active sus receptores sensoriales es tarea difícil percibir y concebir con los ojos cerrados las formas concretas de nuestras falanges. Sin embargo, con quemaduras de primer grado alcanzaríamos una desorbitada e inevitable información mental del más mínimo contorno e interacción de la misma, antes de ser bloqueado dicho dolor por el cerebro.

Me duele la cabeza, entonces sé que tengo cabeza y forma parte de mí, me duele la mano y entiendo que tengo mano y está integrada en mi cuerpo físico, siento la punzada terrible y profunda del corazón y alcanzo a palpar mi vida con la solidez cristalina del diamante más duro y transparente, y casi a recoger y sustentar con manos que no son, todo cuanto mi vida es.

El dolor nos alerta y nos detiene, nos define y nos limita, pero también delimita la consciencia concreta de lo que tenemos y lo que somos. Hay que saber escucharlo y sublimarlo, como mágica unción alquímica.

Nunca entenderé mejor hasta que punto me pertenece el dedo pulgar de mi mano derecha como en el momento en el que deje caer sobre él con la furia de la gravedad todo el peso de dos metros de caída despiadada de un yunque de masa inmoderada.

Conciencia de la pertenencia, tensión de la realidad, brillo eléctrico de vínculos mentales, liga de conexiones, arco de cuerda invisible...

Cuando se cruzan los caminos de la mente y se confunde y desplaza el objeto del dolor, entonces surge el sufrimiento, por dislocación relacional de elementos disociados.

"El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional."