martes, 26 de mayo de 2015

Quiero arroparme en mi infancia y volver a soñar.

Quiero creer que creo un día en que dejaré de querer.

Me rindo a la deuda de descubrir cada día el deber de una renovada libertad.

Me libero de ideas que ahogan el agua que respiro.

Aprender a bailar, a cantar y a entonar, es decir, a musicalizar, se me presenta como camino atractivo y necesario.

Desde un tiempo que acaricia mi niñez sé que tendré un husky siberiano que se llamará Fuego y una gata negra de ojos verdes que se llamará Noche.

Me palpita la mente cuando paseo por las bibliotecas y sus promesas.

Me mana el corazón de un no sé qué sin nombre cuando la naturaleza rodea mis sentidos. Hay instantes en los que percibo internamente que naturaleza es todo lugar del universo y, entonces, ese sentir se fraterniza con mis circunstancias.

Quiero saber amar a todo ser, pero aún estoy estudiando ese lenguaje esquivo.

Tiempo, eternidad, muerte, vida, fuego y hielo. Busco su sinonimia.

He caido tan bajo que aprendí a levantarme.

Agradecer es iniciarse eternamente en el amor.

Muerte es lo que haces cuando terminas de vivir. Los finales siempre fueron tan elevados como las historias que los traen.

"...yo amo los mundos sutiles/ ingrávidos y gentiles..."

Mis sueños pueden durar una vida y evaporarse en un instante.

Hay una sombra que me persigue, quiere revelarme, pero corro más que escucho.

De salud frágil otrora, hace tiempo que no enferma y se reafirma en que adora el frío. ¡El frío del Norte!

Sólo sé ser más rápido corriendo al intentarlo.

La vida no me vino para perderla en tiempo, me vino para ganarla en verdad.

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