martes, 26 de mayo de 2015

Rosa amarilla

Siempre hablando o escuchando hablar del ser ante la realidad. El conflicto de la estética, la barrera infranqueable de la percepción. No podemos terminar de saber ni tampoco empezar a confiar en los que creemos saber. No hay pruebas, no hay finales, todo es atreverse a saber, lanzarse a conocer, porque sí, porque si no, qué otra empresa digna podríamos asumir.

No obstante lo anterior, hay fenómenos que derriban este esquema, esta concepción de la mente impotente arrullada por la filosofía hasta la muerte, entretenida por lo accidental. Esos estados del ser, de la mente o del individuo que nos aniquilan, por momentos simplemente no estamos, nada insigne galopa en el pensamiento o, quizás, un sentimiento sublime nos invade hasta tal punto, con tal intensidad, que nos arrasa por entero. Como un volcán que deja el bosque en cenizas durante siglos, aunque esos siglos sean segundos, aunque esa escena sea un sueño o la mirada de la mujer que estás amando (en presente, los pasados no salvan ni nos arroban).

Estoy tan desligado de mi mismo, tan perdido vaya, que hay ocasiones en las que me caigo con tal violencia al centro de mi conciencia que, aunque fugazmente, alcanzo a vislumbrar una verdad vibrante de mis imperantes vaticinios. Algunos, amenazantes y pervesos, se asoman para ensordecer mi percepción con la promesa de un precio pendiente, otros, aparecen llenos de insinuaciones alentadoras de una vida más presente, intensa, bella y buena.

Quiero decir, referenciando el tema y su mensaje, que la realidad no es un sistema, ni un ente, ni un ser (interlocutor), ni un objeto, es un discurso. Un fenómeno discursivo cuya percepción es una quimera a no ser que el sujeto responda, se mueva adaptativamente.

El Maestro de la Época ha de ser un bailarín universal para que su personalidad sea invisible al mundo. Los que brillan con la luz de las épocas son aquellos que danzan, de manera que, se vuelve indistinguible su movimiento del de la totalidad.

Creo que es una falacia preconcebir el estatismo de lo absoluto, al menos, tal y como nosotros definimos la inmovilidad.

Todas las imágenes de los seres conectados que parecen abandonar su propia conciencia y liberarse en el desacato de la atención mundanal. Esa dicotomía entre el mundo y la verdad. El espíritu y la materia. Puede, y lo enuncio como advertencia no como sentencia, ser una ilusión cuya carencia nace de no atender la realidad en discurso. Consecuencia, digo, de ver en la relación de mi ser con el mundo una posición, una relación, en lugar de una equivalencia reconociéndose.

No es lo mismo dos seres abrazados, que el AMOR arrasando.

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