domingo, 31 de marzo de 2013

Clepsidra inmortal.

Érase una vez la fortuna trágica de un hombre que encontró la senda hacia la fuente de la inmortalidad.

La fuente estaba constituida por dos dobles conos de cristal unidos por sus vértices y en posición vertical.

El cono superior era la mitad de una clepsidra con deliciosa agua nivelada hasta justo el borde que, sin embargo, no paraba de fluir hacia su vértice.

El cono inferior era la mitad de un reloj de arena, en cuyo interior no paraba de caer un hilo de arena que, sin embargo, nunca se llenaba.

La unión de los vértices se consumaba con una tubería de oro con grafías desconocidas en la que sobresalía un grifo con llave.

Agotado por las desventuras del camino y convencido ya de su triunfal destino, decidió dormir el peregrino antes de explorar la alquimia de su descubrimiento.

Mas cuando despertó, ni una gota quedaba ya en la parte superior y la inferior había estallado al llenarse de arena.

Para cuando consiguió abrir el grifo nada entregaba. Sin base ni techo, sin cielo ni tierra, nada entregaba.

Comió la arena mas era ya, sólo arena.

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